El taxista, llamado Apolo, hablaba sin parar mientras íbamos del puerto de Salerno a la ciudad de Pompeya. Muy hecho al discurso con suspense, en cuanto apareció el Vesubio fue notable su dramatización de las erupciones que enterraron Pompeya y Herculano, placenteras ciudades de veraneo de la elite del Imperio. Menos por cortar el rollo turístico que por automatismo de periodista, le pedí opinión sobre el primer ministro Matteo Renzi. Después de un reflexivo silencio, respondió: «Yo soy de Berlusconi». Algo dije que él interpretó como asombro, y decidió explicarse: «Sí, él robaba pero también nos dejaba robar». No reprimí la risa al imaginar el shock liberal/calvinista de Angela Merkel ante aquella desinhibida sinceridad. En alguna medida reflejaba la dicotomía Norte-Sur, correlativa de la tensión Este-Oeste desde que cayó el Muro.

Hace años, en unas jornadas económicas enunciadas como «Metáfora del Sur», intenté argumentar que el Sur del mundo estaba en trance de convertir las asimetrías precisamente en lírica metáfora del pasado, pero no convencí a nadie. Los mimbres de mi discurso eran los desplazamientos de los centros de poder económico desde el hemisferio norte, el creciente interés de los flujos turísticos masivos, el empuje de los países emergentes, los planes de Clinton en África y otras señales de parecida índole. Ha bastado una recesión para recuperar los signos diferenciales de un resistente par de contrarios. Por no generalizar, la primacía del buen vivir, el hedonismo y la relatividad antirregulatoria del sur de Europa, consolidados en el «pendant» mundano de la Contrarreforma, parecen ser ahora nuestra perdición.

«Robaba y nos dejaba robar». Toda una filosofa fisiocrática, pero al revés. En Pompeya, donde el asombro nunca se agota, es de rigor la visita a la calle de los lupanares aunque el cansancio opaque otras maravillas. Las pinturas eróticas de los muros están en los antípodas de los estandarizados escaparates del sexo de Ámsterdam o Hamburgo, puntos de encuentro, a su vez, del turismo urbano. Las tabernas tudorianas de Londres, en las que nacieron tantas canciones licenciosas, marcan otra dimensión del epicureismo popular, como las orgías juglarescas del camino de Santiago hasta que llegó la Reforma. Estos puntos de observación, si se quiere pintorescos, forman parte entre mil de las diferencias Norte-Sur. Ninguna tan violenta como la «moral de lo amoral» que dio velo a la corrupción hasta que los excesos lo desgarraron. Quizás sin saberlo, el taxista Apolo resumía con su berlusconismo uno de más tenaces impedimentos de los «Estados Unidos de Europa». España inicia el buen camino, pero los sacrificios del umbral nos pasarán factura durante muchos años.