A veces es un deseo que crece en nuestro interior a lo largo de un año y, en teoría, ha de germinar al siguiente mes de enero. Es entonces cuando debemos dejar de fumar, ir al gimnasio, decirle que le quieres o que no, hablarle claro, sonreír más, mentir menos, coger el autobús, comer en alguno de los bares gourmet de nuestros mercados municipales, pasear por el paseo marítimo, ver caer el sol más veces en Pedregalejo, preocuparte por el futuro de los Baños del Carmen, comer en la Cosmopolita o en Entre Varales, abrazar el infortunio, ayudar en algo a alguien en 365 días, mirar para otro lado, callar o soltarlo todo, aprender inglés o alemán, llamar a tu colega para que te grabe las series de las que siempre te habla, explicarle por qué la perdiste y cómo es que no quieres recuperarla, tomar café italiano y ver Cinema Paradiso, ir al fútbol y respirar de cerca el césped, comerte a besos a tu sobrino, darle más abrazos, preguntarle qué espera de la vida, extenderse, perorar, tenderse, dormir más siestas, comprarte una bufanda negra, probar el vino caro y las ginebras baratas, aguantar al tonto de siempre, leer el Ulises de Joyce de una puñetera vez o no leerlo nunca, acabar de lavar los platos, cambiar el suelo de la cocina, encariñarte de otro gato, seguir descubriendo a Murakami aunque ya lo hayas consumido todo con fruición, abrazar a tus amigos, pasar más tiempo con ellos, escuchar más flamenquito en el Amargo, correr, si es que las rodillas no se resienten, poner Gol TV o quitarlo, subir más escaleras, no engordar o ponerse como un barril, atravesar el muelle 1 mientras los cruceristas corren hacia el Picasso, que está cerrado el lunes, limpiar la vitro, comprar libros electrónicos, defender a muerte el papel, votar a Podemos o no, rajar del PP o del PSOE y de la corrupción o sostenerlos como garantes de un sistema podrido, ir a casa de tus padres y disfrutar de sus últimos años, aceptar a la gente como es, absorber el aroma inconfundible de la cera y el incienso en las noches de pasión, escuchar un pasodoble, en el Cervantes o en el Falla, caer y levantarte, seguir respirando, equivocarte y pedir perdón o no pedirlo, vivir, vivir. Sólo vivir.