Si no has mirado a los ojos tristes de un perro no has visto la inocencia. A cambio ellos te miran como seguramente mirarán a Dios quienes tengan la ocasión de verlo. Yo no sé muy bien si quiero encontrármelo. Tengo con él algunas cuentas pendientes, imagino que igual que el conmigo.

Según Herman Hesse, «cuando un hombre está muy triste, no porque tenga dolor de muelas o haya perdido dinero, sino porque alguna vez por un momento se da cuenta de cómo es todo, cómo es la vida entera y está justamente triste, entonces se parece un poco a un animal; entonces tiene un aspecto de tristeza, pero es más justo y más hermoso que nunca». Cierto. Los seres humanos somos más humanos, más justos y más hermosos cuando nos reconciliamos con el animal que nunca hemos dejado de ser.

Pero en ocasiones todo se estropea. En Torremolinos, en la supuestamente protectora «Parque Animal», una mujer se dedicó a llevar a cabo «sacrificios masivos» de perros, a los que sometía a una lenta y dolorosa agonía. Seguramente una persona es tan educada como se comporta cuando está sola y es tan buena como se porta con los animales. De modo que esta mujer debe ser uno de los seres más malvados que han pisado la Tierra, una criminal con la que me daría asco cruzar una sola palabra. No sé cómo nadie tiene entrañas para matar así a animales indefensos, nobles, amistosos, capaces de darte todo el cariño que de seguro la mayoría de la gente te negará. Para un perro nunca estarás gordo, ni serás feo, ni se fijará en tu cuenta corriente ni en el coche que conduces. Te mirará y solo verá alguien a quien querer. Cómo puede nadie hacer daño a una criatura así.

La muerte de un perro produce mucho dolor (quien lo vivió lo sabe), pero la muerte de dos mil doscientos es noticia y es delito y es de las cosas más crueles que puede uno imaginar.

Ningún perro debe morir sufriendo una agonía lenta y larga a manos de una Rudolf Höss de pacotilla que hizo de una protectora de animales un Auswitch canino, y para quien la Fiscalía pide cuatro años de cárcel. Le sale el perro muerto a algo así como medio día de prisión. Es muy poco, escandalosamente poco. Supongo que así es la ley y, como siempre, habrá que aguantarse. Pero a veces a uno le gustaría ser budista y en lugar de en el vacío creer en la reencarnación, y consolarse pensando que a este ser sin entrañas, cuando terminen sus días como presunta humana, le aguarda, por vocación y méritos, una vida de garrapata.