La foto de Pablo Iglesias entregando a Felipe VI los vídeos de cuatro temporadas del serial Juego de tronos es una prueba más de la sabiduría del líder de Podemos en asuntos de imagen y rentabilidad mediática. Fue un momento llano y amable, perfectamente procesado por el Rey en el gesto y las palabras cruzadas. El serial resultó muy interesante en las dos primeras temporadas pero se hizo pelma y reiterativo desde la tercera, que ilustra a las claras los sudores de los guionistas por estirar un producto de éxito. Es normal que el monarca no lo conozca, como dijo a Iglesias, aunque a la reina británica, que podría ser su abuela, parece apasionarla. Por mucho que el nuevo líder repita lo contrario, esas viejas historias, con sus pueriles guerras de poder y sus mares de sangre tienen muy poco que ver con la sofisticada gangrena de las actuales democracias.

Por encima del gesto para las cámaras, lo más significativo es que un líder soi disant republicano de izquierdas hiciera cola para saludar al Rey de España, mientras que el adusto dogmatismo de otros (IU, CDC, ICV, Bildu y ERC) prefirió definirse por ausencia en lo que era simple cortesía. Así les va, y por eso llevan camino de contraerse en células testimoniales, mientras que Podemos da zancadas hacia el primer plano de la acción política. Lo rancio y desfasado se hace más evidente cuando casi todos -incluso los envejecidos en el monopolio del poder- predican el evangelio de la renovación. La agilidad de respuesta a los criterios de realidad y la táctica de adaptación entre críticas apocalípticas y comprensibles recelos consolidan las bazas de Podemos, tanto si pelea por vampirizar la socialdemocracia como si quiere barrer a las izquierdas no separatistas.

La oferta de Iglesias y su equipo tiene más de necesidad que de riesgo. Cosa distinta es lo que logren en las urnas autonómicas y locales, porque los líderes periféricos carecen de la cuota de conocimiento, la imaginación expresiva y, lo más importante, la cultura política y fuerza suasoria de la dirigencia estatal. Andalucía marcó un techo para mayo y de ahí que aún sean work in progress los programas para las generales de noviembre, que extraerán de unos meses de presencia institucional, y acaso de pactos, la experiencia que complete la mímesis con el terreno en que se mueven las mayorías. Está muy claro que esta opción juega con hambre de gobierno, objetivo que marca distancias abismales con el paulatino residualismo de quienes no entienden el valor de un gesto probablemente irónico, pero simpático y popular. Chapeau a Pablo

Iglesias.