La poesía y el cómic no han solido invitarse a sus fiestas de cumpleaños. El cómic, tan exultantemente joven, casi nunca se ha fijado en la poesía, que acumula varios cientos o miles de años de existencia y que por eso, a ojos del primero, debería estar en un asilo, comer sopas sin sal y tomarse la tensión cada día. Y la poesía, tan centrada en lo esencial y en esa alquimia trascendental de conseguir que el verbo se haga carne, ha desdeñado por sistema un oficio, el del cómic, obsesionado por embutir las tres o más dimensiones de la existencia en las dos de una página de papel. Según esta lógica, el cómic iría en monopatín y la poesía en silla de ruedas, dos modos de desplazarse por el mundo y por la mente que les harían incompatibles de antemano.

Pero he aquí que aparece Laura (Pérez Vernetti), veterana de El Víbora y del cómic erótico, y que ha firmado inolvidables libros gráficos sobre Pessoa y Maiakovski, y se pone a leer los poemas breves de Ferrán Fernández, profesor de la Universidad de Málaga, editor, poeta y varios etcéteras creativos más. Y al hacerlo descubre que esos poemas de Ferrán se adaptan a la forma de una tira cómica, lo que hace que se ponga a dibujarlos como si fuera la cosa más natural del mundo. Y todavía algo más: para darle unidad visual a la unidad discursiva de esos poemas ha hecho que el protagonista de todas esas tiras sea Tristan Tzara, el inventor del dadaismo, un gamberro muy serio que dinamitó la estética de principios del siglo XX como un minero que dinamitara una galería para conseguir llegar a las vetas de oro o de diamantes. El resultado es extraordinario: 52 historias que lo cuentan todo acerca de la vida, o de lo importante de la vida (el dinero, el deseo, la política, la pareja, el otro, el yo...), en dos o tres segundos cada una. Disparos de lucidez, frases relampagueantes y dibujos convincentes, felices y apasionados. Cada una de esas historias es un haiku sin metafísica y sin japonesismos, un proverbio sin el polvo de los siglos (un proverbio o fábula recién horneados, comestibles, hechos pensando en nosotros y en el ahora), un trozo de periódico mejor envuelto y más duradero, una ventana por la que asomarse al mundo de dentro (el alma, el corazón, el pensamiento) y al mundo de afuera (lo que acontece en la rúe, por citar a Abel Mairena, otro grande), una guía para perplejos y desubicados, un pase para no perderse ningún acontecimiento que merezca la pena de los que tienen lugar en los escenarios de la inteligencia.

El libro, publicado por «Luces de Gálibo», se titula como esta columna: «Poémic», que es el matrimonio por amor, no de conveniencia, entre la poesía el cómic, que han fundido las palabras que los definen como paso previo para poder fundir sus edades disímiles y sus aspiraciones lingüísticas y estructurales asimismo divergentes. Como es imposible poner ejemplos porque, aunque las palabras podrían reproducirse, no así las imágenes ni el efecto conjunto de unas y otras (y de todas ellas en relación de complicidad y de coherencia las unas con las otras), lo mejor será que vayan a una librería a buscarlo. Está o debería estar en todas. Y tenemos a la vuelta de la esquina el 23 de abril, Día del Libro, y la Feria del Libro de Málaga, que comienza una semana después: dos buenas excusas para ser feliz y hacer felices a los demás, con rebaja incluida, sin temor a equivocarnos.