Llevamos pidiendo años y años que los políticos hablen de modo que les entendamos y los dioses han castigado nuestra osadía. «Ten cuidado con lo que deseas, pues puede convertirse en realidad», advertía Oscar Wilde. Tanto darles la matraca pidiéndoles que abandonasen los tecnicismos y nos ha salido el tiro por la culata, nos ha salido el retiro culatero, nos ha salido el reculato tirero, nos ha salido la repera patatera.

El director de la Agencia Tributaria, Santiago Menéndez Menéndez, informó ante la Comisión de Hacienda del Congreso sobre el dinero que el fisco ha hecho aflorar allende nuestras fronteras y sobre los investigados por blanqueo de capitales a raíz de la amnistía fiscal (o «regularización extraordinaria», que es como han dado en llamarla, los muy creativos), aunque evitó en todo momento hablar de Rodrigo Rato. Como la oposición le acuciara, el compareciente se lio la manta a la cabeza (o sea, se lio la remanta cabecera) y aclaró: «Yo dispongo de todos los datos que hay en la agencia, que son la repera». Entonces, separó los brazos en gesto eclesial y concluyó: «La repera patatera». Tal expresión no existe ni ha existido en castellano. Contamos con «la repera» o con «la pera limonera» cuando queremos calificar algo muy positiva o muy negativamente. De modo que nos hemos quedado a dos velas con lo que el señor Menéndez Menéndez quiso decir. Uno, porque nada significa su frase; dos, porque aun si corrigiésemos el lapsus tampoco sabríamos si es buena o es mala la colección de datos que posee la Agencia recaudadora.

A los españoles nos gusta rimar. Somos poetas vergonzantes. Decimos «alucino en colores, Dolores». Decimos «puro y duro» cuando, a veces, ni es puro ni es duro. Decimos «no te enrolles, Charles Boyer». Decimos «la cagaste, Burt Lancaster». Somos creativos a tope (o recreativos toperos), somos la reoca y la releche y la repanocha. En vez de «¡Y vuelta la burra al trigo!» para expresar el cansancio que la terquedad nos produce, acabo de oír a un presentador televisivo marcarse un analfabeto «¡Y dale con la burra al río!». Por tanto afán de rimar (por tanto reafán rimero), se hizo habitual juntar «pera» y «limonera», e incluso encabezar el sustantivo con el prefijo «re-» para darle más fuste. Pero ¿por qué usamos a la humilde «pera» para ponderar muy mucho («Qué bien los pasamos, fue la repera») o menoscabar a tope («No doy una, soy la repera»)? Discuten los autores, y algunos no sin gracia. El estudioso catalán Vicenç Pagès se apunta a la moda de que todo proviene de Cataluña (desde el «Quijote» hasta quién sabe si la fabada) y sostiene que «dentro de la etimología creativa, podemos buscar el origen de la expresión en el ladrón del camino real Joan Serra, conocido con el sobrenombre de ´La Pera´». Ole y ole y ole, vivan los etimólogos valientes y toreros. Por el contrario, otros filólogos hacen venir la expresión de Beyoglu, barrio de Estambul muy conocido por los turistas consumidores (pleonasmo) ya que en sus calles hay comercios a tutiplén. Beyoglu se llamaba en la Edad Media «Pera», que significa «el otro lado», pues tal zona se halla separada de la Constantinopla propiamente dicha por el Cuerno de Oro, que hoy vencen los puentes de Gálata y Atatürk. Como la ciudad estambulí o estambulita o estambuleña o estambuliense era espectacular para los ojos de los españoles que la visitaban, y corría por ella el dinero a espuertas y había lujo y tronío sobre todo en el barrio de Pera, usaron su nombre para ponderar lo grandioso: «Esto es como Pera», es decir, «esto es la pera», «esto es la repera» y «esto es la pera limonera», porque poetas somos. (Quizá algún desagradable incidente en las siniestras callejas de Beyoglu aportase el matiz negativo a la expresión). Pero ¿«repera patatera»? Ay, señor Menéndez, qué cosas dice usted, que recosas ustedera.