Ayer por la mañana vino al periódico Juan Cassá. A uno le tienen enseñado que las noticias hay que ir a buscarlas fuera, pero ahora en esta España política, las noticias tienen coleta y andan solas. Cassá es jovial, novato, con hechuras de monitor de surf ochentero y en Málaga tiene en vilo a la derecha y a la izquierda. De él depende que gobierne María Gámez o Francisco de la Torre. Cassá mantiene que quiere ser alcalde, pero ahora matiza que eso es un sueño a largo plazo. Si estuviéramos en Galicia diríamos un sueño a largo pazo. Cassá insiste en que hay que aceptar el decálogo de Ciudadanos, pero ya vamos entrando en un etapa del calendario en la que si no se va definiendo podríamos optar por secundar la amplia escuela filosófica, ya con muchos seguidores en Málaga, que afirma que no tiene ni puta idea de a quien apoyar, cosa que también le pasaría a Albert Rivera. Ciudadanos en Granada ha propuesto que siga gobernando la lista más votada, o sea, el PP, pero que no sea de nuevo alcalde Torres Hurtado, al que ven fachón y de la carcundia. A Torres Hurtado, desde que fue delegado del Gobierno en Andalucía, se le quedó cara como de jefecito de una policía de pueblo. No, no, nada que ver con Plinio, aquel de las novelas de García Pavón ambientadas en Tomelloso, tan deliciosas y bien escritas. No. Los de Ciudadanos también han contribuido a derribar en Valladolid a León de la Riva, un machorro cabrío que tal vez desde la muerte del capitán Trueno se quedó sin compañeros para ir de copas. No tener ni puta idea de algo no es malo. Lo malo es que nos afecte. Cassá no está hablando mucho con Elías Bendodo y sí algo más con Francisco Conejo. Eso no quiere decir nada pero quiere decir algo. No hablar no significa que no se manden Whatsapp. Bendodo fue ayer a Madrid a reunirse con Cospedal, que ya no manda tanto, pero a la que le quedan aún días para imponer su criterio. Al PP lo que de verdad le importa es que Ciudadanos le dé el gobiernito de la Comunidad de Madrid. Para Génova, todo lo demás es geografía lejana, provincias, gente que habla raro, la huerta, la playa o peña que se come las vocales y en ese plan.

Tras la visita de Cassá, uno fue a la inauguración de la exposición de portadas de La Opinión de Málaga, en la calle Larios. Estaban Ysabel Torralbo, María Gámez, Eduardo Zorrilla, el propio Cassá y Francisco de la Torre. Uno los observaba saludarse. No lo hacían como quien disputa una ciudad, más bien se saludaban como compañeros de Facultad que llevaran tres semanas sin verse. O sea, con familiaridad cierta para la foto, con lejanía cercana o con afinidad disimulada o disimulada inquina. Vamos, que se saludaron y se prestaron a todo tipo de fotos y estuvieron allí charlando, e incluso haciendo apartes. Nosotros también somos muy de hacer apartes, pero más bien para pedirle a alguien una entrevista o sugerirle a un viejo conocido que nos tomemos después una caña. De la Torre escuchaba a cada interlocutor como si nada, nada, en la tierra le importara más que lo que le estaba contando ese interlocutor. Pero la gente no tiene medida y hasta un regidor en funciones educado tiene que pronunciar de vez en cuando frases del tipo, «mi vuelo sale dentro de cincuenta minutos», que es una frase como de Steve Mcqueen en una de la guerra fría. Iba a cenar con Hollande. El avión despegó esquivando cuchillos afilados.