Perdone el lector que les hable un momento de mi circunstancia: vivo en una calle con nombre de general, muy próxima a alguna otra bautizada asimismo con el nombre de un compañero de armas e igual número de estrellas que aquél.

Se trata en ambos casos de dos generales felones, del Ejército sublevado que acabó con la Segunda República y de paso con la democracia en España.

Cuando me visita algún amigo extranjero, tengo que explicarle que no son militares de nuestra Guerra de la Independencia, sino de una guerra «incivil» mucho más próxima, cuyas consecuencias aún sufrimos. Les cuesta creerlo: generales fascistas cuyos nombres no han desaparecido del callejero cuarenta años después de la instauración de la democracia, casi los mismos que duró aquel régimen.

Visité el otro día la bella Alcalá de Henares tras las huellas cervantinas y vi en su catedral una lápida con una serie de nombres seguidos de la leyenda «víctimas de la persecución roja de 1936 a 1939».

Es similar a tantas otras que sigue habiendo en las paredes de muchas iglesias de este país aunque en algunos casos se haya eliminado el escudo con el yugo y las flechas de la Falange.

Cuando uno viaja por Europa, por Alemania y Francia, por ejemplo, no le cuesta ver en calles o avenidas placas que recuerdan, por el contrario, a héroes de la resistencia, a personas que dieron su vida en la lucha contra el fascismo.

Junto a sus nombres aparecen algún dato referido a sus biografías y la fecha de su muerte, muchas veces ante un pelotón de ejecución o en los campos de exterminio de la Alemania nazi.

En otros casos se recuerda dónde estuvo el cuartel general o alguna comisaría de la Gestapo, la policía secreta hitleriana, y se dan explicaciones sobre los crímenes entonces cometidos.

Aquí, por el contrario, se trata de ocultar muchas veces lo sucedido, se relativizan los crímenes del franquismo, se recuerda sólo a las víctimas del «Ejército rojo» y se cubre de oprobio a quienes sólo intentan saber dónde están sus muertos.

Mientras tanto, la insufrible patochada cometida hace unos años, antes de que se dedicara a la política, por un concejal de izquierdas madrileño es perseguida por la justicia sin que de nada haya servido que aquél pidiera perdón a los ofendidos.

Y un estúpido tuit que debió haber caído inmediatamente en el olvido es aireado una y otra vez por dirigentes del partido que nos gobierna y a quienes la justicia no ha pedido, sin embargo, nunca explicaciones por comentarios al menos igual de ofensivos e injuriosos para los familiares de quienes militaron en el otro bando, el derrotado.

Como siempre en este país: dos pesos, dos medidas.