Vamos a ser serios señores! Sí, serios y responsables con nuestros actos. No lo digo por fastidiar, lo digo porque detrás del Monte San Antón, que diviso desde la ventana de mi despacho, hay desde hace un rato mucha más actividad de la normal y la experiencia me dice que alguien -no le pongo adjetivos groseros porque me eduqué con una madre que odiaba a los mal hablados- ha tirado una colilla sin apagar. Si difundieran lo que nos cuesta a todos los habitantes de una ciudad estos actos tan incomprensibles seríamos más responsables de nuestros actos. O no.

¿Han sacado ya del baúl de los recuerdos los trajes de flamenca? Les aviso que los días pasan como los cazas americanos por nuestro cielo, a todo trapo, y si tuviéramos que llevarlos a la tintorería para que les hagan una limpieza en seco -ja, ja ja- todavía están a tiempo. No es que yo sea una abuela pesada, es que las bullas de última hora no son recomendables para nada y mucho menos a la hora de lucir divinas de la muerte en la Feria de Agosto. Les aseguro que yo prefiero ir ligerita de ropa a estos acontecimientos, el calor mata las buenas ideas pero sin pasarse porque no está bonito perder los papeles con tres cuartos de siglo sobre nuestros hombros. Hablando de años, el otro día me dice mi amiga Vito: «Niña ¿qué ganas con decirle a todo el mundo tu edad?». Sonreí y le contesté: «Alma mía ¿y si en lugar de setenta y cinco me echaran ochenta años?». Bajó la cabeza y pensó. Luego me abrazó y me dijo: «Mi madre siempre me dijo que tú eras la más lista de las tres». No supe qué contestarle porque ella fue hija de maestros y siempre sacaba más nota que yo. A la vejez no se le pueden poner los puntos sobre las íes. Cada cosa a su tiempo. Y lloramos las dos. Poco, pero lloramos.