Muchos de los terrícolas-racionales somos bajitos, de sesera, sobre todo de sesera. Y no ser conscientes de ello nos hace aún menos divinos de la muerte. Basta una mirada intencionada para verificarlo. Da igual si ponemos nuestra vista en modo «macro» o en modo «tele», la realidad se hace presente: somos muchedumbres de cerebros desmayados; hordas de molleras desmazaladas; hatajos de entendederas fofas y aletargadas y flácidas, disfrazadas de tino, de agudeza, de cacumen, de talento, de ingenio, de pesquis y de caletre... ¡Qué más quisiéramos...! A algunos hasta por el gesto se les nota: van alzados, empinados, encaramados y aupados sobre la engañosa nube de un falso «nosotros» que confunde a los prójimos e invita a los incautos a pedirlo:

-Por favor, maestro, pontifique; pontifique para mí un ratito...

Y van los tíos -y las tías- y pontifican... Ora de toros, ora de fútbol, ora de coches, ora de trapitos, ora de putiferios televisivos, ora de política. Ay, la política... Este año de hiperactividad electoral y electoralista la caza del voto está exigiendo piruetas extras. Así, los discursos y razonamientos cruzados tan incomprensibles como inextricables; las estrategias de susto y miedo; las promesas libertarias tururú-que-te-vi; los juramentos de moderación, de crecimiento y de progreso... están a la orden del día. Los horizontes del porvenir este año están trenzados con stimulus non-interruptus y con mantras sagrados y partidistas que prometen porvenires con bellas durmientes y príncipes, como en los cuentos. Los políticos profesionales no dan abasto. Van, de aldea en aldea, con el machete entre los dientes mientras mascullan plegarias, porque no quieren llegar a la tanda de penaltis en las próximas elecciones generales. Van como aquel titiritero, ¡allez-hop!, de feria en feria; siempre risueños, contando sus sueños y sus miserias... Grande el noi, tú€ En el fondo, la actividad de buena parte de los profesionales de la actual política -que nada tiene que ver con la política en mayúsculas- es una cuestión de horizontes, tan terrenales y cercanos en estos tiempos, que hasta podrían resumirse en un retruécano facilón; tan facilón como que unos viven para pontificar, otros pontifican para vivir y casi todos pretenden llegar a viejos pontificando. Voila, la madre del cordero. ¡Y nosotros con estos pelos...!

Un astronauta ruso -no recuerdo su nombre- dijo que desde allí arriba no se ven las fronteras. Supongo que aludía más a la perspectiva, a la distancia y a la sensibilidad, que a las deficiencias de visión que puedan producir las alturas. ¿Por qué nuestra clase política no se embarca en un cohete como condición previa para ser políticos en ejercicio? No sé, me da que sería bueno para todos, pero sobre todo para los horizontes compartidos: los de ellos, los de cada uno, los de todos...

A los turísticos -políticos en tránsito incluidos- también nos vendría bien un cohetito, aunque fuera figurado. Un alejamiento momentáneo -o permanente- de nuestros propios ombligos ampliaría nuestros horizontes. Mirar y ver nuestro ombligo con la perspectiva y la distancia y la sensibilidad que da la altura -también la de miras-, facilita la asertividad y la proactividad, incluso la del ser turístico. Eso dicen...

Estos mágicos momentos de vacas gordas, en los que todos andamos con la sonrisa y la autoestima henchidas, merecen especial reflexión, porque morir de éxito puede matar. Más clientes, más estancias, más gasto diario, más diversidad, son buenos síntomas, pero ¿y los horizontes? De todas las variables que justifican nuestro estado de mejoría, ninguna de las sustanciales obedece a nuestros buenos oficios, que los tenemos. No hay nada sustancialmente nuevo bajo el sol de nuestra oferta actual, que no estuviera ya bajo el sol de nuestra oferta de hace cuatro años. O, dicho en corto, aunque en nuestra oferta nihil novum sub sole, algo, ajeno, está pasando en nuestro turismo. Decía Wendell Holmes, el poeta estadounidense, que lo más importante en este mundo no es donde nos encontramos, sino en qué dirección vamos. Y, en nuestras actuales circunstancias, sus palabras me preocupan.

¿Sabemos los implicados en nuestro turismo en qué dirección vamos yendo? ¿Perseguimos horizontes turísticos posibles y sostenibles con nuestra andadura? ¿Estamos asumiendo nuestra responsabilidad histórica?

Ahora, con nuestro turismo enhiesto, no es un mal momento para leer/releer The Tragedy of the commons, el imperecedero y preclaro artículo de Garret Hardin. No se lo pierdan. Meditar sobre lo común siempre coadyuva a definir horizontes.