Ayer en el Telediario salió el Consejo de Estado. No es una forma muy atractiva de comenzar una columna, pero el hecho me impactó. Nunca había visto un Consejo de Estado. Ni siquiera un Estado. Y si soy sincero, hace tiempo que no veo un consejo.

No obstante, la mayor sorpresa del día había sido escuchar como un señor llamaba a su perro impertérrito. No. No que lo llamara estando impertérrito el señor, es que el perro se llamaba Impertérrito. «Impertérrito, ven aquí no te metas en el bancal, que puedes ensuciarte las patitas», le dijo su dueño. Debía ser hombre ilustrado. No porque fuera pintado, que también, si no por utilizar la palabra bancal. Y, sobre todo, por llamar Impertérrito a su perro. Esto me pasa por pasearme. Con todo, lo del can impertérrito quedó en un segundo plano al ver en primer plano en la pantalla a los integrantes del Consejo de Estado. Hombres provectos, ancianos, patricios como del Norte de Europa, trajeados, bien comidos, canosos, todos flamantes exalgo saliendo de lujosos coches oscuros con bedeles que les abrían las puertas y les alcanzaban los abrigos. Una suerte del Senado elevado al cubo o de club elitista de hombres maduros, aunque también haya alguna mujer. Muy pocas. La sede está en un palacete engalanado con pendones y banderolas y símbolos y la fachada tiene columnones.

A ver si lo digo de una vez: era todo como demodé o viejuno. Pero con esa añeja elegancia que aún con toques rancios pudiera cautivar todavía. O no. Pero son sabios y como sabios han de evacuar un informe no vinculante respecto a lo de Cataluña. Esta no es una columna sobre la desconexión catalana. De hecho, como tenemos déficit de atención somos nosotros los que hemos desconectado hace algún tiempo de ese problema que Ortega vaticinaba que «sólo podía conllevarse». El Consejo de Estado delibera en un país en el que habitualmente lo que ese organismo hace es sestear. Hasta los ex se han activado y hasta los bedeles del Consejo de Estado tienen trabajo. La suerte no está echada y es para los miembros del tal Consejo una oportunidad de que alguien los escuche. Claro que como se les escuche (o vea) demasiado, va a comenzar el debate sobre si sirve para algo. Las instituciones funcionan a toda máquina. A buenas horas. Rajoy recibe a todo el mundo y el Rey hace lo propio. No se quita el abrigo, dado que no sale de casa de tanto recibir líderes. Uno juraría que tantos no hay. Tanto movimiento me deja algo impertérrito.