Cuando ocurre algo como esto uno se alegra. Sucede raras veces, pero cuando pasa uno sueña con que el sistema funciona, aunque sea a cuentagotas. Esta semana, el grupo municipal de Izquierda Unida ponía una pica en Flandes -y visto el nuevo panorama político en el Ayuntamiento, no será la única de la oposición durante la legislatura- y enarbolando la bandera de la queja vecinal y cofrade, sacaba adelante una moción para que el despropósito que desde hace meses ha presidido la céntrica plaza de Camas se reordene, aunque sea con sobrecoste, y se complete un diseño que no sea fruto de la improvisación y del «impongo y mando» y sí del estudio y el consenso con quienes realmente van a disfrutar de este espacio. Málaga para la Gente, como se denomina IU en esta legislatura, ha logrado un pequeño triunfo, para beneficio de todos los ciudadanos de Málaga. Esto es la democracia. Igual que en los grandes hemiciclos en los que Rajoy y Sánchez practican el odioso deporte del «y tú más» y de la herencia recibida, allá en lo alto, en sus escaños, hay muchas voces de partidos con presencia minoritaria pero miles o cientos de votos a sus espaldas que representan a una pequeña parte del electorado. Pero la representan. Y en ese sueño que les digo, los representantes rojos, azules o verdes -o naranjas o morados en un futuro no muy lejano- del ciudadano, votarían a favor de una propuesta por el bien común sea de quien sea. Proceda de quien proceda.

A apenas un mes de las elecciones, las decisiones por decreto de los últimos años se convierten en ilusorias traducciones del deseo del ciudadano o la petición vecinal. «Oigamos a los vecinos de Bailén-Miraflores», dice ahora del alcalde de Málaga sobre el tranvía hasta el Hospital Civil, después de años librando una sorda batalla contra la Junta de Andalucía. Disfrutemos este mes, que estará plagado de promesas y proyectos que nos regalarán los oídos, nos taparán la boca y nos abrirán los ojos de sorpresa. El problema es que a partir del día 21 tengamos que cerrarlos para soñar con una democracia real. O al menos que se le acerque. uando ocurre algo como esto uno se alegra. Sucede raras veces, pero cuando pasa uno sueña con que el sistema funciona, aunque sea a cuentagotas. Esta semana, el grupo municipal de Izquierda Unida ponía una pica en Flandes -y visto el nuevo panorama político en el Ayuntamiento, no será la única de la oposición durante la legislatura- y enarbolando la bandera de la queja vecinal y cofrade, sacaba adelante una moción para que el despropósito que desde hace meses ha presidido la céntrica plaza de Camas se reordene, aunque sea con sobrecoste, y se complete un diseño que no sea fruto de la improvisación y del «impongo y mando» y sí del estudio y el consenso con quienes realmente van a disfrutar de este espacio. Málaga para la Gente, como se denomina IU en esta legislatura, ha logrado un pequeño triunfo, para beneficio de todos los ciudadanos de Málaga. Esto es la democracia. Igual que en los grandes hemiciclos en los que Rajoy y Sánchez practican el odioso deporte del «y tú más» y de la herencia recibida, allá en lo alto, en sus escaños, hay muchas voces de partidos con presencia minoritaria pero miles o cientos de votos a sus espaldas que representan a una pequeña parte del electorado. Pero la representan. Y en ese sueño que les digo, los representantes rojos, azules o verdes -o naranjas o morados en un futuro no muy lejano- del ciudadano, votarían a favor de una propuesta por el bien común sea de quien sea. Proceda de quien proceda.

A apenas un mes de las elecciones, las decisiones por decreto de los últimos años se convierten en ilusorias traducciones del deseo del ciudadano o la petición vecinal. «Oigamos a los vecinos de Bailén-Miraflores», dice ahora del alcalde de Málaga sobre el tranvía hasta el Hospital Civil, después de años librando una sorda batalla contra la Junta de Andalucía. Disfrutemos este mes, que estará plagado de promesas y proyectos que nos regalarán los oídos, nos taparán la boca y nos abrirán los ojos de sorpresa. El problema es que a partir del día 21 tengamos que cerrarlos para soñar con una democracia real. O al menos que se le acerque.