Irene Rivera, la recandidata de Ciudadanos al Congreso de los Diputados por Málaga, decidió dejar su cargo en el Parlamento andaluz para seguir su camino político en Madrid. Pero oye, sin prisas, cuando se lo digan los letrados. Así lo declaraba este lunes en el Hoy por Hoy de la Cadena SER siendo entrevistada por Esther Luque. Rivera no cree que esté defraudando a los votantes que la llevaron a ocupar su escaño en Andalucía, sino que la culpa es de Susana Díaz por hacer las cosas a la bulla. Pero me da la impresión de que en poco tiempo San Telmo se le ha quedado pequeño. «No se trata ni de ambición ni de capricho, mi papel en este proyecto no importa», dijo Rivera en esa misma entrevista. Sin embargo, no cabe más que alguna de esas razones estén detrás de esta fulgurante carrera. Gonzalo Sichar, compañero de Rivera en Ciudadanos, afeó su conducta… Las urdimbres de la vieja política están encarnadas en este tipo de actuaciones de la cacareada ‘nueva política’. No suena a muy regenerador que la misma persona, en tres meses, deje su puesto en Sevilla para escalar camino de la Meseta. Medrar. Es indiscutible que Irene Rivera es puro partido, una exquisita máquina de repetir eslóganes y la perfecta grupie de Albert, el amado líder. «Lo importante es que Albert Rivera gane». Esa confianza ciega y esa forma de presentar al presidente de Ciudadanos se acerca demasiado a una admiración cercana a la de los regímenes personalistas. ¿Acaso no crea cierto rechazo presentar al Albert como el antídoto a todos los males del país? Sobre todo, llama la atención que Irene lo haga desde una posición tan ventajista. Hubo un tiempo en el que uno se resistía a pensar que el naranja fuera más de lo mismo. Pero ha sido cuestión de plazos, de tiempo, ver que lo que hay detrás es una fotocopia de los demás.