Para muchos nunca es el momento adecuado, o justo nos acordamos de todas las cosas que tenemos pendientes de hacer, los «debería de», los «tendría que»... Una invasión de ladrones de tiempo, mezclados con pereza, erige cortinas de humo que interpretamos como infranqueables muros, incapacitantes, frustrantes y mal llamados realistas.

Algo tan sencillo como un lápiz y su delicioso ritual previo de preparación con el sacapuntas, podría extrapolarse a millones de situaciones en la vida en las que sentimos lo mismo, ese momento que el miedo magnifica pero que, luego, el alma celebra: el de dar el primer paso.

La importancia de coger el lápiz simboliza la acción, dotar de vida real a los pensamientos en un papel, mediante esquemas, diagramas, mapas, bocetos, garabatos e incluso dibujos, en cualquier superficie que se cruce en nuestro camino.

Cuando se desea algo de verdad las vías aparecen solas y, en este caso, las servilletas, los cuadernos, las pizarras, la tierra o la arena nos invitan, nos abren la puerta de otro bien que erróneamente creemos difícil de alcanzar. Estamos hablando de una de las antesalas de la felicidad: la creatividad.

No importa lo bien o mal que se nos dé el hecho de ser creativo. Su valor reside en el oxígeno que aporta a la mente, la salida en torrente o por goteo de los pensamientos que damos a luz gracias a ese medio tan sencillo como es la mina. «Sacarlo pa fuera». No hay que tener miedo al hacerlo porque, en la peor de las situaciones, contamos con una gran amiga y compañera que nos brinda esa seguridad anhelada para saltar sin arnés: la goma de borrar. Y una vez puestos a usar el lápiz, qué decir de la romántica expresión personal que queda en el papel, de la huella genética y ambiental de nuestras vidas, siempre cambiantes y en crecimiento (o en decrecimiento si nos quedamos estáticos), que se manifiesta a través de una de las primeras cosas que aprendemos. Sí, hablamos de ese acto sublime que algunos asocian a una poética serenidad cuando se materializa: nuestra propia caligrafía. Llena de trazos enlazados de tal forma que dotan de significado a nuestros sentimientos e ideas.

Las yemas de nuestros dedos se van aplanando poco a poco como consecuencia del nuevo paradigma digital, ya no usamos el lápiz. Pero nuestros dedos nostálgicos pronto pedirán a gritos un «revival» de aquellos años en lo que la tinta y la mina eran los reyes de la autoexpresión. Adelantémonos a la moda, siendo homos sapiens creativus. ¡Se prometen efectos secundarios positivos inmediatos!