Louie Zamperini nació en Nueva York en 1917 y murió en 2014. Quedó octavo en los 5.000 metros que en 1936 en Berlín, en las narices de Hitler, ganó Jesse Owens. Pero hizo la última vuelta más rápida de la historia. Entonces, el dictador quiso saludarlo en el palco. Zamperini estaba gordito y sólo acertó a reir como rien los gorditos felices. Balbuceó un gracias y se fue por donde había venido. Mejor dicho, se fue a una guerra que organizó el señor de bigotito. Fue aviador. Cayó en el Pacífico y estuvo 47 días a la deriva sin comer ni beber. Pero sobrevivió. Lo capturaron los japoneses y un jefazo sádico lo sometió a humillaciones imaginables. Entre otras, competir desnutrido contra atletas japoneses profesionales en carreras improvisadas. Pero Zamperini ganaba. Y le daban una mano de hostias, claro. Murió a los 97 años. Bebió muchísimo, fue célebre, precursor de los charlatanes de la autoayuda. Recorrió USA dando conferencias y charlas hablando de su experiencia vital. Fue un buen tipo.

Tengo delante una foto de un diario en la que se le ve, mayo del 39, llegando a meta en el estadio de un campus; batiendo el récord juvenil de la milla. Zamperini comenzó a correr cuando unas niñas que debían ser bastante crueles lo retaron a una carrera sabiendo que era un torpón hipercolesteroso. Llegó el último. Pero su orgullo quedó tan roto que se entrenó a fondo día y noche para convertirse en atleta y no perder nunca más una carrera. Corrió y corrió día tras día nevara o quemara el sol. Corrió y corrió y entrenó con desmayo pero sin desgana. Perdió muchas carreras, claro. Entre otras la que le enfrentó a Owen que hemos citado. También podría haberse puesto como reto tirarse a todas las mujeres crueles que le proponían retos. Pero su reto fue correr más que nadie. No llegar más lejos que nadie, no. Ir más rápido que nadie. Zamperini coincidió en ocasiones con Zatopek. Zatopek era un Zamperini de la vida. Y viceversa. A Emil Zatopeck le dedicó un libro memorable Jean Echenoz, que también tiene otro, no viene al caso pero nos da igual, sobre el fascinante inventor Nicola Tesla. Emil Zatopek fue bautizado por la prensa de su época como la locomotora humana. Una vez fue a una ciudad alemana a una competición y compitió tras viajar en trenes durante tres días sin dormir ni comer ni una pera. No lo reconocieron en la puerta del estadio y casi no puede entrar. Acabó sus días de barrendero en Praga. A Zamperini le preguntaban al final de su vida cómo era la mano de Hitler. Cómo de firme o fofa. cómo su rostro de cerca, su ademán. Su voz. Su aliento. Quien cuenta recuerdos los inventa. Zamperini no dejó nada por escrito y tal vez esté esperando una mano firme que lo biografíe. Las niñas que lo humillaron son polvo sin gloria.