Comienza el mes de la claridad, el de los días más largos, los cuales este año paradójicamente circunscribirán un período electoral difuso, tenebroso, enmarcado por un interrogante continuado sobre el desgobierno padecido el semestre anterior. Hasta los mismos actores del futuro hemiciclo se sienten irresolutos sobre el devenir de sus trayectorias y programas, advirtiendo a una ciudadanía agotada y descreída ante una coyuntura asemejada al orbe del pintor flamenco Jeroen van Aken, más conocido por Hieronymus Bosch El Bosco.

Por la conmemoración del V centenario de la muerte del creador renacentista, el Museo del Prado inaugura una exposición irrepetible de la intimista visión de su universo. Sus pinturas están habitadas de escenas excéntricas representadas por entes ilusorios quienes se declinan ante la incertidumbre y las ambiciones humanas. Monstruos y seres grotescos imprimen los pecados y el perjuicio originado por el hombre y sus anhelos mundanos. El artista holandés me acerca a la realidad actual; a un mundo extravagante fuera de rumbo donde prevalece la codicia por el poder de costa a costa.

Contemplo uno de sus trípticos más relevantes: El carro de heno, y me acerca a una visión muy coetánea de la sociedad donde me hallo. En la tabla central, El Bosco recrea un proverbio: «El mundo es como un carro de heno y cada uno coge lo que puede». En esta estampa se incluyen todos los estamentos, cuyas pretensiones son atrapar ese forraje y subirse al carro para conseguir sus objetivos, no dudando en cometer toda clase de tropelías. La imagen nos invita a reflexionar sobre un versículo de Isaías: «Toda carne es como el heno y todo esplendor como la flor de los campos. El heno se seca, la flor se cae». Quinientos años más tarde ¿les parece cercano el cuadro? Se antoja que sí.