Mata. La vida también lo hace, y mancha. Respirar supone una combustión y algo arde para siempre. Salir a la calle es un riesgo. Quedarte en casa también. Todo pasa y alguien no queda. Pero ampararse en ese desamparo existencial para seguir fumando, como yo también hice hace años, es una huida hacia el problema. No se trata de responder, cuando ya se está enganchado, que «de algo hay que morir», sino de vivir por algo. Y fumar mata.

Si no lo hace pronto o del todo, el deterioro y la invalidez que produce será también el problema de los otros, fundamentalmente el de quienes no nos dejarían jamás en la estacada. El daño que nos hace seguir fumando se lo regalaremos a quienes nos quieren de verdad. Debería servirnos el argumento para intentar dejarlo.

Me sorprendo escribiendo esto. No creo demasiado en los consejos aunque sé que hay que darlos en edades tempranas y cuando a uno se los piden. Tampoco creo en las prohibiciones más que en la educación y la información. Pero entre el tabaco y yo ya hay víctimas de por medio. Hace años que ya no hay duda científica de su nocividad. También se conocen las prácticas de las multinacionales para añadir repugnantes aditivos cada vez más adictivos al cigarrillo. Todo se resume en el único significado que no le han robado a la palabra rentabilidad: el poder del dinero. Tu salud queda al margen. En algunos países del llamado tercer mundo se regalan cajetillas de cigarrillos a los niños, como se hace con la droga en estadios iniciales en el submundo que existe en el mundo entero. Hay diferencia entre eso y ofrecer una degustación de magdalenas en un supermercado, pero en el fondo late el mismo concepto de captura y fidelización del cliente, ya que nos gusta tanto el marketing. La captura es literal y la fidelización, en demasiados casos, letal.

La cultura que nos presentó como algo glamuroso sostener un pitillo en los labios o echar humo por la boca, identificar el cigarrillo con una masculinidad que cabalga por el Gran Cañón o soñar con que una voluta de humo en unos labios de carmín promete el beso de la chica, se disipó con la verdad: cáncer de lengua, de labio, de pulmón, mal desarrollo fetal, enfisemas, arterioesclerosis, etc. Pero la Encuesta Nacional de Salud nos ha avisado de que algo está pasando: «60.000 personas mueren al año en España a causa del tabaco» y «actualmente, los que más fuman tienen edades comprendidas entre los 24 y los 34 años».

A los alumnos se les enseña en el colegio que fumar mata. Cuando luego ven a sus padres o sus tíos o al abuelo fumando sólo pueden sentir el peligro en el que está el ser querido o no creer lo que les dicen en el colegio. Malo en ambos casos.

Hace ya tiempo que los gobiernos en su hipocresía de usar la publicidad y venta del tabaco para obtener dinero con sus impuestos parecen decididos a sacrificar tan pingües beneficios. Si no lo hacían por la salud lo harán por el dinero. Es la prueba definitiva de que cuestan más las enfermedades que produce el tabaco, sanitaria y socialmente, que lo que se obtiene de su venta. Ya no es rentable para casi nadie. Excepto para aquellos a quienes sólo les importa ganar más y más, caiga quien caiga. Déjalo, y que les den€