Los políticos siguen demostrando que son una raza que, de no existir, habría que inventarla. Para ser político hay que estar hecho de una pasta diferente. Ya desde pequeño, recuerdo que mi profesor de 5º de Primaria me decía que los políticos hablaban mucho y decían poco. Es decir, que para formar parte de la tribu de la papeleta hay que manejar maravillosamente bien las figuras retóricas: desde el sencillo circunloquio a la enrevesada demagogia y el complicadísimo eufemismo. De puritito primero de Cicerón.

Eso sí, que echen mano -inconscientemente- de estas figuras no significa que utilicen bien el español. El político es esa bestia capaz de convertirse en cuñado a la luz de los medios y las redes sociales. Digo que de no existir habría que inventarlo porque los políticos hacen que nuestros enfados tengan una diana a la que lanzar nuestros dardos más envenenados. ¿De qué se hablaría en los bares cuando no hay más deporte del que hablar?

Los cuatro líderes de los principales partidos siguen aburriendo al electorado con sus peleas de patio de colegio. Incluso en el debate en el que cuatro mujeres de la primera línea de batalla de PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos, la confrontación se basó en el lanzamiento de ataques y no en la construcción y la propuesta de alternativas.

Hay políticos que centran su vida en ser papagayos, monos de repetición del líder, autómatas sin cerebro que repiten eslóganes hasta la saciedad. Esos que escalan rápido acaban siendo un bonito fondo para los mítines de otros. Esos son los políticos-florero, los que sobran.

Quosque tandem abutere patientia nostra?