Britain first! ¡Gran Bretaña lo primero! Fue el grito de guerra de aquel fanático descerebrado. Resonó en una céntrica calle de Birstall, en West Yorkshire, en la Inglaterra profunda. El 16 de junio de 2016. Unos días antes del referéndum británico para salir de la Unión Europea. Allí un tal Thomas Mair apuñaló repetidas veces a la diputada laborista de su distrito, Jo Cox. Después la remató en el suelo con varios disparos. Britain first! Jo Cox falleció. Dejó marido y dos hijos. Había estudiado Ciencias Sociales y Políticas en la Universidad de Cambridge. A su juventud se unía una brillante y éticamente impecable carrera política, dedicada en gran parte a causas humanitarias. ¿Fue esa tragedia un sórdido «remake» de la muerte del griego Arquímedes en Siracusa, a manos de un soldado romano? Quizás.

El alarido de guerra del partidario del brexit tenía muchos antecedentes. Lo habían utilizado en la reciente campaña del referéndum no pocos políticos conservadores británicos. En discursos viscerales y malévolos, trufados con medias verdades y con excesivas dosis de demagogia. Un antecedente del «Britain First», en épocas más lejanas, fue el exordio que adornaba en 1935 la cabecera del Blackshirt. El «Camisa Negra», entonces el semanario de los fascistas ingleses. Así se anunciaban a los lectores que por un penique podían adquirir aquella publicación, en la que podían abrevar sin complejos en las aguas de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini.

Ya en las puertas de las elecciones, nos ofreció el columnista británico John Carlin un interesante artículo sobre Nigel Farage, el entonces dirigente del minúsculo partido eurófobo británico, el UKIP. De tan efímera como tóxica importancia en el proceso electoral que al final llevaría a la probable salida del Reino Unido de la Unión Europea. Según John Carlin, ante las ventajas que les daba el hecho de que una gran parte del electorado nunca podría entender los argumentos a favor o en contra del brexit, para Farage y los suyos lo recomendable era «apelar a los instintos más primarios de la gente». Es indudable que esta fórmula funcionó bien en Inglaterra y en Gales. Aunque fracasó en Escocia y en Irlanda del Norte. Interesante distinción...

El 24 de agosto pasado Nigel Farage intervino como invitado en un mitin del candidato del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump. No era la primera vez. El feroz apóstol del brexit ya había asistido devotamente en Cleveland a la reciente entronización del caudillo populista Trump. Es ya evidente el peregrinaje en los movimientos populistas y la extrema derecha de Europa hacia los planteamientos del hombre de negocios americano y admirador del líder ruso Vladimir Putin, el hasta hace poco prácticamente desconocido Donald Trump.

El miércoles 22 de junio, el día antes del referéndum del brexit y el día en el que la parlamentaria Jo Cox hubiera celebrado su cumpleaños, se organizaron dos actos importantes en memoria de ella. Uno tuvo lugar en su ciudad natal. Muchos de los asistentes llevaban la rosa blanca de York. El otro fue en Londres. En Trafalgar Square. En él, Brendan Cox, el marido de la diputada sacrificada a tan bárbaros dioses, dijo que su mujer hubiera pasado ese día intentando convencer a sus conciudadanos de que la Gran Bretaña sería siempre más fuerte dentro de Europa. Pronunció Brendan Cox estas palabras: «Ella temía las consecuencias de una nueva división de Europa. Ella aborrecía la idea de que se levantaran muros entre nosotros y a ella le preocupaban las dinámicas que todo eso podría desencadenar...»