No hablo de la ley del tirano sino del imperio de la ley frente a la tiranía. Hablo del «Principio de Seguridad Jurídica» que tanto me recordaban en aquella primera facultad de Derecho en Málaga, que estaba junto a la playa, casi, en un antiguo edificio de los agustinos en la barriada de El Palo. Ahora comprendo su importancia, en este batiburrillo tan español de acciones y reacciones sociales y políticas, en este follón que obliga a caminar con infinita humildad y prudencia por el campo minado de la opinión pública.

La Seguridad Jurídica es un principio esencial del Derecho, mundialmente aceptado e indiscutido en el estado moderno, que se fundamenta en la necesidad de la certeza legal. Certeza en la publicación de las normas y, por supuesto, en su aplicación. Se trata de que a nadie le quepa duda a la hora de conocer y acatar lo que está prohibido, permitido u ordenado por el poder público. Esa certeza jurídica cose la gran malla que sostiene la convivencia democrática y la igualitaria aplicación de la ley, al margen de que la legalidad cambie según los cauces establecidos por el propio Estado de Derecho para que eso ocurra. Por tanto, si vas y participas en un comité federal de tu partido, por ejemplo, y tras votar con las garantías democráticas exigibles la opción que consigue la mayoría no es la que tú defiendes, o la acatas o te sales del partido.

Así que, si al final uno no entrega el carné, acatar el resultado es imperativo y no significa asumir que tu blanco es ahora negro, o viceversa. Significa que hay más personas en tu formación que defienden en ese momento algo distinto a lo que defendías tú y por eso toca acatarlo, sin vergüenza ni furia por haber defendido lo contrario y sin sentirse por ello un derrotado, porque las luchas son largas. Y es más, a veces, con el tiempo, no siempre uno se reafirma en lo que defendió con apasionamiento, sino que con una sonrisa comprensiva uno entiende que en aquel contexto se equivocó. Es lo que tiene seguir vivo con la mente abierta, sin bridas sectarias ni adhesiones tribales, lo que no implica renunciar a los valores morales que a cada uno le explican como ciudadano y como persona.

Venía a decir esto para confesar que no entiendo la actual postura de no acatamiento del PSC (que ya se abstuvo en Cataluña para investir a Mas, además). Venía a decir esto para confesar que no entiendo a qué están jugando Pablo Iglesias y Alberto Garzón trivializando el valor institucional del Congreso (que no es lo mismo que denunciar a quienes con su acción o inacción política lo degradan). Ni entiendo, en definitiva, esa dificultad tan grande para aceptar los resultados electorales que tienen algunos de quienes no han salido ganadores (aunque sé en propia carne que hacerlo cuesta), porque primero está la certeza de la democracia y luego el partido. O quizá es que uno está harto de tanto protagonismo de la propia política. Precisamente, cuando los protagonistas debieran ser quienes sufren los problemas reales que la Política -con mayúsculas- debería estar solucionando desde hace 10 meses.