El hombre que puso a correr al Partido Popular se ha apeado en marcha. Nadie lo hubiera adivinado hace unos años, pero sí podía presumirse de un tiempo a esta parte dada la desafección que flotaba en el ambiente. Aznar renuncia a la presidencia pero no al carné de afiliado: la pregunta es si se va a conformar con ser un mero espectador como desearía un gran número de dirigentes o un nuevo Álvaro Uribe reivindicándose desde la independencia que le otorga haberse desvinculado. Si la FAES, va a seguir siendo un think tank o simplemente un tanque con munición extra para intervenir en el debate público siempre que lo considere oportuno.

El margen de maniobra es amplio, y limitada la fuerza que ayuda al PP a mantenerse en la superficie. Sólo es equiparable al temor que produce en una mayoría de españoles la posibilidad de que un partido como Podemos pueda convertirse en la alternativa para gobernar este país. Otro mecanismo disuasorio podría ser la propagación del mensaje de que Aznar traerá consigo la derecha extrema. Por ahora sólo es portador de ese característico enfado congénito que se refleja en su cara y que únicamente en ciertos momentos de su vida ha logrado disipar la fugaz sonrisa de Charlot que ya ni siquiera aflora. «No te olvides de sonreír, porque el día en que no sonrías será un día perdido», decía Chaplin.

Las intenciones de Aznar, en cualquier caso, no son quedarse callado. El creador jamás ha dejado de querer influir en su obra, con brocha gorda o fina. De su revisión del PP actual no se puede decir que todo sea fruto del error y del resentimiento por causa del menosprecio que percibe; pero sí hay una injusticia miope porque lo que reprocha a Rajoy lo puso él de moda en su relación anterior con los nacionalistas catalanes.