En los altos bosques caducifolios, las primeras hojas de los robles son todavía un puñito, que en seguida irá abriendo sus dedos, aunque estos todavía tardarán en olvidar su postura anterior, como a un bebé le cuesta dejar la posición fetal. Alguna especie aislada, dentro del bosque, muestra su blanca floración, cuando hace casi nada estaba blanca de nieve. Es frecuente que aún a media mañana haya girones de niebla remoloneando, hasta que el sol los hace irse. Todo ello compone una imagen muy prometedora, pero se ha repetido tantas veces, año tras año, para que luego la promesa se disuelva en su propio ciclo, que apetece plantarse en medio de la naturaleza y denunciar el fraude de cada primavera. Sin embargo es tal su convicción y su pertinacia que esa fe en si misma de la primavera acaba siendo contagiosa; aparte de que la desesperanza es igual de cansina, y encima menos grata.