Entrevista | Josep Maria Pou Actor

«Me preocupa la crispación actual pero creo que el teatro puede enseñarnos a vivir en colectividad»

A sus casi 80 años, y con cinco décadas de profesión a sus espaldas, reconforta escuchar a uno de nuestros grandes de la escena tan emocionado e ilusionado con su más reciente función. El catalán trae hoy al Teatro Cervantes 'El padre', el devastador y catártico retrato de un hombre desde que nota los primeros síntomas del Alzhéimer hasta que la enfermedad le arrebata de casi todo

El Festival de Teatro le entregará al intérprete su Premio Málaga por una extensa e intensa carrera marcada, en sus palabras, «por la autoexigencia y el respeto al espectador» 

El actor y director Josep Maria Pou

El actor y director Josep Maria Pou / Juan Barbosa/Europa Press

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Su relación con el protagonista de 'El padre' parece ir bastante más allá de la vinculación entre un actor y su personaje. De hecho, ha asegurado que «rara vez» se había sentido «tan implicado emocionalmente» con un rol como en esta ocasión. ¿En qué sentido?

Es un personaje que requiere no tanto de los conocimientos. de la experiencia profesional y de los recursos del actor sino mucho más de las emociones y del conocimiento vital de la persona. He tenido la suerte de hacer personajes fantásticos, enormes, muchos de ellos tirando hacia, digamos, lo heroico, como Cicerón, Sócrates... Hacía muchos años que no me encontraba con uno tan cercano, tan íntimo como éste, hasta el punto de tener que cuidarlo en las manos como si fuera una pequeña figurita de cristal con miedo a que se rompa o a que le haga daño. Ésa es una de las cosas que más me preocupaban durante los ensayos y que lo sigue haciendo en cada función, el miedo a hacerle daño a ese personaje al no entregarle toda mi vida en el escenario. Pocas veces he sentido tanto miedo en el momento de empezar la función y al mismo tiempo me he sentido tan gratificado al terminarla viendo la reacción del público. 

«Transformarte en otros te transforma a ti», ha dicho. ¿Qué es lo que le está enseñando este personaje?

Uf... [Piensa] Es un hombre mayor, que empieza a notar los síntomas del Alzhéimer y que termina absolutamente comido por la enfermedad. Tendría que ser yo un auténtico imbécil si no me sintiera conmocionado y reflexionara cada día antes, durante y después de la función conjuntamente con el personaje sobre mi vida e hiciera un balance. Este personaje lo preparé a partir de mis propios miedos: recuerdo en los ensayos cuando estaba simplemente buscando cómo expresar esos momentos en que esta enfermedad hace que los que la padecen se queden absolutamente en blanco, como niños incapaces de reaccionar, yo no hacía más que pensar para mí:«Dios mío, que no me pase esto a mí nunca».  Esos miedos me colocaron ya en un estado de hipersensibilidad que se mantiene en cada representación. Pocas veces he salido al escenario tan convencido de que salía a entregarme a los espectadores en carne viva, porque ésta es la única manera en la que se puede hacer este personaje, con un gran compromiso personal.   

He tenido siempre como parte fundamental de mi trabajo, como elemento decisorio, el respeto al público»

¿Seguir trabajando es una manera de evitar que el peso de los años se le eche encima?

[Risas] Supongo, pero al mismo tiempo eso es tan inevitable que por mucho que te empeñes no lo vas a conseguir, es imposible luchar contra las leyes de la naturaleza. Cuando le expongo mi miedo a que pudiera llegarme uno de esos momentos, mi médico siempre me dice que nosotros los actores tenemos cierta garantía para no tener que pasar por esta enfermedad, porque nos pasamos la vida entera trabajando con la memoria, ejercitándola día a día. Aún así, eso no evita que en este oficio mío haya conocido a personas que padecen la enfermedad, pero uno se agarra a esta percepción de los médicos y anda algo más tranquilo...

Inevitable pensar en Carmen Elías...

Estaba pensando en ella y en otra primerísima actriz, Berta Riaza, que tuvo que dejar de trabajar muchos años antes de lo que le habría permitido su edad biológica por culpa del Alzhéimer. Carmen lo está llevando maravillosamente bien, de una manera ejemplar, convirtiéndose en portavoz de la lucha contra la enfermedad y eso es admirable.

En Málaga recogerá también el Premio del Festival de Teatro. Sé que no es muy nostálgico pero recibir un galardón como éste obliga a echar la vista atrás. ¿De qué se siente más orgulloso de estos más de 50 años de profesión?

Por pedante que pudiera parecer de entrada, te diría que de todo. Estoy muy contento de haber llegado hasta aquí, con más de 50 años de carrera y a punto de cumplir 80 años de vida, pudiendo presentar un currículum que creo que está muy bien, que se puede leer con muy buenos ojos. Además, me considero un privilegiado: en esas cinco décadas no he estado ni un solo día parado, sin trabajo. 

Me considero un privilegiado:en mis 50 años de carrera no he estado en el paro, sin trabajo, ni un solo día»

¿Algún secreto para ello?

He tenido siempre como parte fundamental de mi trabajo, como elemento decisorio, el respeto al público. Es un milagro que cada día haya un determinado número de personas que decidan salir de su casa para reunirse sin conocerse de nada en un espacio concreto, gastarse un dinero y detener su vida durante 2 ó 3 horas para vivirlas contigo y lo que tenga que contarles. No puedo defraudar de ninguna manera esa confianza que el público pone en mis manos cada vez que se levanta el telón. Y eso no sólo ocurre durante la representación, también cuando decides el tipo de teatro que quieres hacer, los títulos que eliges, los directores con los que quieres trabajar, el nivel de exigencia del espectáculo... Todo eso creo haberlo conseguido; miro un poco hacia atrás y siento una cierta tranquilidad, estoy contento. Yeste premio me reafirma en esa sensación. 

Pou, en un momento de 'El padre'

Pou, en un momento de 'El padre' / La Opinión

 Usted, que lleva años pensando en retirarse de la escena definitivamente, ¿recibe el premio como un colofón a su carrera?

Hay que ser muy realista: un premio así a una cierta edad no deja de ser como un semáforo que se enciende no ya en rojo sino en ámbar, que te dice: «Cuidado, cuidado, que ya llevas muchos años y que te quedan menos». Pero, en cualquier caso, recibo el premio como una declaración de amor y siento un gran orgullo por figurar en una lista con personas como mi querida y admirada Concha Velasco, José Luis Gómez o Emilio Gutiérrez Caba. 

El joven Josep Maria que estrenó 'Marat/Sade' con Marsillach en 1968, ¿qué pensaría del Josep Maria veterano de El padre?

Visto en la distancia diría: «¡Coño!». Con perdón. Ya entonces, sin yo saberlo, empezó el privilegio del que hablaba antes:que entonces el gran director de teatro del momento me escogiera a mí, un chavalín joven que había terminado el primer curso de Arte Dramático, para un papel, aunque, todo hay que decirlo, era muy pequeño, casi de figuración, me permitió ser testigo de los ensayos y las representaciones de una de las funciones históricas del teatro español. Así que ese chavalín me diría:«Josep Maria, no puedes quejarte de nada».

Una curiosidad: usted, que ha hecho casi de todo en el teatro, no ha escrito ninguna obra...

[Risas] No he escrito nada que se haya visto o estrenado, pero sí he caído en la tentación de intentar escribir un texto de teatro... A mis treinta y pico creía que podía ser autor pero me disuadió mi nivel de exigencia:cuando trabajas habitualmente con textos de grandes autores el tuyo te parece una mierdecita. Y me di cuenta pronto de que para ser escritor hay que tener una capacidad de fabulación extraordinaria de la que yo carezco. Pero sí que hay alguna obra en algún cajón que espero que no salga nunca. En este momento hablando contigo caigo en la cuenta de que lo que hay que hacer es borrarla del ordenador, no vaya a ser que algún día cuando ya no esté la encuentre alguien y tenga la tentación de publicarla como los hijos de García Márquez [Risas;se refiere a la reciente edición de En agosto nos vemos, una novela que el colombiano no quiso publicar en vida]. Al final he satisfecho esa vocación de autor con las traducciones y la adaptación de textos teatrales, porque traducir es mucho más que pasar de un idioma a otro, es recrear un texto pensando en el público al que va dirigida la función, al que tú conoces mejor que el autor original.  

Siguiendo con otra de sus vocaciones: si no hubiera sido actor, habría sido periodista...

Bueno, he escrito durante muchos años columnas en periódicos, sí.

Como periodista de vocación entonces le pregunto, ¿cómo ve el panorama, cómo ve nuestro país, nuestra sociedad de ahora mismo? ¿Qué es lo que más le preocupa?

El enorme clima de crispación y de violencia verbal, y en algunos casos física, extrema, una pérdida de respeto fundamental por parte de algún sector de la sociedad y de la política a las instituciones. Perderle el respeto a las instituciones significa perderle el respeto al país y a los ciudadanos. No creí jamás que pudiera llegar a ver un estado de crispación como en el que vivimos, cruzándose líneas rojas continuamente de educación y respeto. Siempre hay excepciones, no quisiera generalizar, pero nunca había habido en la clase dirigente gente a mi modo de ver tan poco presentable o, por qué no decirlo, tan indeseable como algunos que están envenenando el ambiente. Y luego está vuestro sector de la prensa, que también atraviesa una crisis enorme, con el presidente del país que os ha convertido prácticamente en protagonistas de la situación... 

Nunca había habido en la clase dirigente gente tan poco presentable e indeseable como algunos que están envenando el ambiente»

Usted, que se ha planteado siempre el teatro como un arte útil, ¿qué cree qie puede aportar la escena para aliviar esta tensión?

Puede abrirnos los ojos y hacernos conscientes de las cosas que suceden; es una de las virtudes del teatro a lo largo de la historia: hacer que nos entendamos y que encontremos respuestas y soluciones. No digo que haya que convertir cada representación en un mitin o en una asamblea, pero sí hay que unos determinados temas a abordar y que se puede acudir al repertorio universal, a Shakespeare, por ejemplo, para ayudar a comprender qué nos está pasando. A mí me está ocurriendo a otro nivel, más íntimo, con El padre: a la salida del teatro me encuentro con espectadores que me cogen de las manos y me besan y me dicen que viéndome pudieron ver de nuevo a su padre o a su abuelo o a su madre, que pasaron también por esa enfermedad. Y la función también ayuda a entender el proceso de la enfermedad y a que los familiares se liberen de cierta culpabilidad por haber metido a sus padres o abuelos en residencias. Igual que esta función ayuda al público que ha vivido estas experiencias hay un teatro que puede ayudar a que sepamos vivir en colectividad.  

Hablaba antes de la degeneración de la clase política. Hace unos meses acaba usted de encarnar nada más y nada menos que a Jordi Pujol en la película 'Parenostre', de Manel Huerga. Tras la experiencia, ¿se siente más cercano a él o mantiene las distancias?

Si aceptas la responsabilidad de incorporar a un personaje tienes que empezar por averiguar a fondo sus intereses, su vida... Así lo hago siempre con mis personajes. La figura de Pujol me es muy familiar como catalán, claro, también he tenido la oportunidad de conocerlo y de hablar con él varias veces porque es un gran aficionado al teatro y venía siempre, siempre a verme a mis funciones en Barcelona. Cuando me propusieron el papel los productores de la película, me asusté muchísimo, pensando sobre todo en la diferencia física: yo soy un actor de 1.95 metros de altura y Pujol no creo que llegue al 1.70. Así que les dije: «Estáis locos, ¿pensáis cortarme las piernas? ¡No pienso dejarme!» [Risas]. Me tranquilizaron al decirme: «Te queremos para proyectar una imagen de cierta autoridad que tienes ya a tu edad y con tu bagaje». Porque no se trata de hacer una recreación o imitación física del personaje sino de acercarse a él también como hombre, marido y padre. La película no es una biografía sino que narra dos días en la vida de la familia Pujol cuando saltó el escándalo de las cuentas andorranas. Parenostre me ha obligado a intentar conocer un poco más al ser humano más allá del gran político, porque si hay una definición de una palabra político Jordi Pujol la ha encarnado en un momento determinado.  

Por cierto, las elecciones catalanas son inminentes. Usted, que se expresó en contra del procès pero a favor de que se reconfiguren las relaciones entre Cataluña y España...

No estuve en contra del procès. Yo sólo estoy en contra de aquellas cosas en las que hay ponerse en actitud desafiante. Estaba en contra de que todo aquello se hiciera fuera de la ley. Soy partidario del sentimiento indepentista pero nunca fuera de la ley.

¿Qué espera de estos comicios?

Que ayuden a despejar de una vez por todas este periodo raro, ambiguo, como de parón general en el que está metido Cataluña desde el procès. Las elecciones deberían ser muy definitivas pero no sólo para Cataluña, van a ser muy importantes para España, pensando en unas próximas elecciones generales, porque vete tú a saber si pueden ser dentro de unos días... Visto el panorama, uno se despierta cada día con un susto nuevo.

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