En un mes de junio determinado por la palabra evaluación; esto es, valoración, estimación, apreciación, hoy concluye el ´triduo´ -recién bautizado con el acrónimo de EBAU- en honor al conocimiento de los aspirantes a universitarios, perfilado por los sueños, las incertidumbres y los miedos para los 7.200 alumnos malagueños que han estrenado esta nueva Selectividad.

La evaluación se configura como uno de los instrumentos educativos más dinámicos para fomentar el estudio efectivo; sin embargo, debe emplearse bajo un método lógico. No está demostrado que aumentar la cantidad de pruebas refuerce la valoración del alumnado; el eje de la misma debe proyectarse en la mejora y aumento de la apreciación por parte del profesorado de los logros de los estudiantes, es decir, cuando los aprendices poseen el dominio de sus enseñanzas. Esta es la clave de la instrucción eficiente en el día a día y componente esencial para que éstos obtengan el éxito en el transcurso de sus vidas, involucrando activamente a los colegiales en su propio aprendizaje y a los educandos en la práctica de una autoevaluación permanente.

La evaluación no es tan sólo una solución política ante los dilemas advertidos sobre los estándares, sobre las dudas continuas de los modelos establecidos; el propósito de la misma es mejorar éstos, no tan sólo medirlos.

Ello se confronta con la evaluación que tan solo añade procedimientos existentes, la cual implicar marcar con notas y distintivos a los estudiantes; tal estimación está muy separada del aprendizaje efectivo. El influyente educador Paulo Freire nos recuerda: «Estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas». Reflexionemos.