Da mucho miedo esta frase: «Sabemos que, obligados por las necesidades de todo tipo de la lucha armada, nuestra actuación ha perjudicado a ciudadanos y ciudadanas sin responsabilidad alguna». Sólo los valientes son capaces de asumir toda su culpa ante aquellos a quienes hicieron daño. Estos matarifes nunca lo fueron. Por eso el último comunicado de ETA sólo podía ser el que ha sido. Por el daño que hicieron resultan despreciables, si no sólo darían pena.

Ni venganza ni perdón

Ahora que se le va a poner una calle en su ciudad, me vuelvo a acordar de Joaquín Marín cuando me llamó para escribir en este periódico hace ya casi 20 años: «Sólo te pongo una cortapisa, que jamás disculpes a ETA». El perdón que piden quienes sean hoy ETA (que ésa es otra) no tiene ninguna altura moral. Quienes sean hoy ETA no tienen derecho a guardarse en la manga esa carta de haberse sentido obligados. Es monstruoso decir que estaban «obligados por las necesidades de todo tipo de la lucha armada», para no asumir en su conciencia toda la carga de la sangre que derramaron y del dolor que provocaron. Si no son capaces de pedir perdón de verdad, que no esperen que, excepto por la necesidad política para avanzar y cerrar por fin este capítulo que ellos sí que nos obligaron a abrir a los españoles, nadie les perdone. Y capaces no son. No lo fueron nunca porque nunca fueron más que una banda sin literatura, roma, inculta, de cabezas brutas y que a punto estuvo de destruir la incipiente democracia cuando ya al franquismo lo estaba caducando la Historia.

Por dignidad

Libertad, Justicia, Inteligencia y, ojalá, que menos titulares en la prensa para ese residuo del siglo XX. Merece la pena olvidarles para que no nos roben más la alegría y para robarles a ellos la importancia que sólo consiguieron con plomo, porque ni vencieron ni convencieron con toda esa cháchara de presunta organización de ejército de gudaris estructurados política y militarmente y todo aquel inimaginable imaginario. Olvidarles, pero sin olvidar nunca a quienes fueron sus víctimas. Porque sus seres queridos no sólo viven con su ausencia sino con el absurdo devenido de por qué estos descerebrados las mataron o mutilaron. Tampoco deberíamos olvidar que el nacionalismo fue el caldo de cultivo en el que se maceró toda esa parafernalia terrorista, pretendidamente disfrazada de izquierda revolucionaria. Ni venganza ni perdón, por tanto. Por solidaridad con quienes les han sufrido y por dignidad, eso que nos ha dicho una y otra vez la homenajeada actriz Mónica Randall estos días de 21º Festival en Málaga.

Otra vez en segunda

Dignidad en todo, en lo grande y en lo pequeño; así no corremos el riesgo de equivocarnos sobre cuándo hay que mantenerla y no la perdemos nunca. En el llanto del bueno de Francisco Martín Aguilar, en la tristeza de Benítez o del pajarito Ben Barek -en la de mi padre si viviera- hay dignidad, tras la última derrota del Málaga ante el Levante. Pero no ha sido sólo ese partido lo que ha dejado al querido club ascensor de quienes fuimos niños en Málaga en la segunda planta. Desde que el fútbol se mueve con sociedades anónimas, que seguimos llamando clubes por inercia y nostalgia, sólo la emoción que provoquen los jugadores en el campo puede alimentar a una afición que algunos personajes con sólo dinero no se merecen, y de la que se aprovechan. Hablo de afición con corazón, pero también con cabeza, no de ultras y demás comparsa. Málaga no merece, siendo hoy la ciudad que ya es, no tener, más arriba o más abajo de la tabla, un club que esté siempre en primera división. Sin embargo, de nuevo el Málaga baja a Segunda. No habría que haber mimado tanto a quien lo ha conseguido. Por dignidad.

Sin fin

Un perdón más chiquito es el que pedimos quienes trasegamos durante el Festival. Tener que acudir a tantas actividades: películas, mesas redondas, clases magistrales, presentaciones, conciertos, encuentros, etc. hace que vayamos siempre con prisas, a paso ligero. Pero, por el contrario, los turistas que inundan el casco histórico, van a pasito corto, haciendo fotos, avanzando muy poquito a poco y con la mirada más repartida por rincones y monumentos que un muro arando (comparación popular que utilizo por traer un poco del remanso del campo a la vorágine de la ciudad). Pidiendo perdón, precisamente, y excusemuas y sorrys una y otra vez, cuando venía de ver una de las películas que compiten en la sección oficial largometrajes, producida por el malagueño José Antonio Hergueta, Sin fin, me pasó algo curioso. Casi parado por el gentío como si fuera Semana Santa en calle Granada, le pedí perdón para pasar a un señor enorme que me recordó al padre de Vicky el vikingo. El gigante me miró y me preguntó con acento alemán en inglés qué me pasaba, señalándose los ojos. Al mirarme con la cámara del móvil, comprobé que aún tenía lágrimas de emoción y alguna secuencia de la película pegadas como legañas. Hoy se reparten las biznagas... Porque hoy es sábado.