Ya nos contó Hans Christian Andersen allá por 1837 la historia de un rey tan coqueto e imbécil que contrató los servicios de los hermanos Farabutto, unos falsos diseñadores que aseguraban contar con la tela más exclusiva del mundo, una tan especial que era invisible para los estúpidos. Los Farabutto hacían como que cortaban, que zurcían, que abotonaban, hasta vestir al rey con nada. El rey, convencido de su inteligencia, se paseó desnudo por la Corte y todos alabaron los majestuosos ropajes. Cualquier cosa antes que revelarse como tontos de remate. Pues lo mismo le ha pasado a Pedro Sánchez. Sus agradadores le han dicho que es presidente del gobierno y se lo ha creído, cuando en realidad carece de capacidad de decisión, de apoyo parlamentario, en definitiva, de margen de acción.

Prometo por mi conciencia y honor, dijo Pedro con voz engolada al tomar posesión del nuevo cargo, y se quedó tan ancho, relamiéndose al hacer mentalmente la división entre su juventud y el sueldo vitalicio. En una mano la Constitución, la calculadora en la otra. Regla de tres, creo que lo llaman. Éste, que promete por lo que no tiene, es quien ha necesitado de Bildu EH, heredera política de los asesinos de ETA, para consumar sus deseos. Es el mismo que votó a favor de las preferentes de Caja Madrid cuando formó parte de su asamblea. Es el mismo que fue expulsado de su propio partido por la puerta de atrás. El mismo que, según el juez Santiago Vidal, se reunió en 2016 en su despacho de Ferraz con su amiga Batet y los separatistas Rufián, Tardá para proponerles la inaplicación del Art 155, asegurarles la celebración del referéndum y reconocerles que Cataluña es una nación distinta. Es el mismo que desconoce la doble instancia penal y la firmeza de una sentencia, lo que da mucho miedo viniendo de un presidente. Es el mismo que abraza a quien le espeta a la cara que su partido está manchado por la cal viva de los GAL, unos GAL dirigidos por un Rafael Vera sustituido alegremente por Margarita Robles, la vergüenza togada, la sonrisa bobalicona y ministrable. Es el mismo que ha llevado al PSOE a encadenar los dos peores resultados electorales de su andadura.

Ese, y no otro, es Pedro Sánchez. Alguien que pasará a la Historia por arrastrar el buen nombre del socialismo constitucionalista por los vómitos del populismo más enloquecido, que ha tenido que tirar de zombis políticos y palmeros de Zapatero para encontrar ministros, pues no son pocos los que han rechazado la oferta del espigado emperador. Por lo pronto ha nombrado a Meritxell Batet, asistente a la insultante reunión de Ferraz, como Ministra para la administración territorial, muy apropiada, y a María Jesús Montero, Consejera de Hacienda de la Junta de Andalucía, ese ejemplo de transparencia y eficacia, como Ministra del mismo ramo. Esperando que designe a Willy Toledo como nuevo Fiscal General del Estado.

Ahora Pedro se pasea por la Corte con su traje invisible y, haciendo de la necesidad virtud, nos cuenta que el suyo va a ser un gobierno de dialogo. Nos ha jodido mayo con las flores. Está maniatado, vendido, y todos lo sabemos, sobre todo los partidos minoritarios que aspiran a dinamitar el invento del 78 al cobrarse la deuda por su apoyo, y Sánchez nos quiere convencer de su talante conciliador, de su postura calmada. Es la única salida de quien se está ahogando en arenas movedizas y nos dice de que, en realidad, se está dando un baño exfoliante de lodo.

Lo bueno de todo esto es que el PP se ha llevado un soplamocos antológico, un leñazo de ida y vuelta con efecto hacia dentro, de los que te ponen a danzar y ni la banda va a saber tocar lo que estás bailando, de esos que, para bien o para mal, te obligan a replantearte quién eres y hacia dónde vas. Así que ya ven, el bipartidismo se tambalea y los arribistas ganan terreno. Un terreno imaginario, intangible, porque, como digo, el actual gobierno es materialmente incapaz de adoptar medida alguna, así que el daño, por ahora, se limita a una voladura controlada.

Pedro Sánchez ha realizado su primer acto presidencial al recibir a su homólogo ucraniano. Daba hasta penita. Se le veía más perdido que a un cateto en el metro de Tokio. Estaba acomplejado, fuera de sitio, mirando a la jefa de protocolo, pidiendo auxilio.

Es lo que tiene el pasearte con un traje invisible, que se te ve colgandera la capacidad política y, créeme, Pedro, hasta yo la tengo más grande que tú.