Hace cuatro días que los estadounidenses celebraron su Fiesta Nacional, el Independence Day. En conmemoración de la declaración de la independencia de su país, el 4 de julio de 1776. Aunque la separación jurídica de las antiguas trece colonias primigenias de la Gran Bretaña, la metrópolis, ya tuvo lugar el 2 de julio de 1776, dos días antes.

Tengo en mis manos un interesante y muy cuidado libro dedicado a la Historia Biográfica de los Presidentes de los Estados Unidos, escrita por don Enrique Leopoldo de Verneuill. Es un hermoso volumen, publicado en Barcelona por Montaner y Simón en 1885. Bien conservado, gracias también a la excelente calidad del papel y la solidez de una buena encuadernación de finales del siglo XIX. En el texto observamos una sucesión de magníficos grabados. Con los retratos presidenciales y variados e impresionantes paisajes de los Estados Unidos. También aparece el facsímil del documento de la Declaración de la Independencia, con todas las firmas de los Padres de la flamante República.

El primer párrafo de la Introducción de la obra ya es bien elocuente y atestigua el fervor casi religioso de su autor por el tema que él trata con evidente entusiasmo y admiración: «Si un pueblo puede vanagloriarse de su grandeza, este pueblo es el norte-americano. Nacido ayer del espíritu emprendedor y aventurero del siglo de los arriesgados descubrimientos y las empresas temerarias a través de los mares, engrosado principalmente por las disensiones religiosas que agitaban la trabajada Europa, alentado por el soplo vivificador de la libertad y nutrida por la prodigiosa savia de la democracia€».

Es evidente que hoy, en el segundo año de la Era Trumpiana, la que lleva el nombre del mercurial caudillo y magnate que en la actualidad ostenta el armiño presidencial, tanto la libertad como la democracia de la gran nación norteamericana están pasando por uno de sus más complicados momentos. Como dijo en 1787 el gran constitucionalista virginiano George Mason, considerado como el padre de la Declaración de los Derechos del pueblo norteamericano, refiriéndose a los posibles excesos del poder presidencial en los Estados Unidos: «¿Puede aquel hombre situarse por encima de la justicia, un hombre que puede cometer las más profundas de las injusticias?» No se podría definir mejor las actuales peripecias de la presidencia norteamericana. Como decía el gran Paul Krugman, más propias éstas de alguna exótica y tropical republiquilla que de la gran nación que se denominaba a sí misma «la tierra de los valientes y de los libres».

En una América más dividida que nunca y ya instalada en una endémica tribalización política, navegando por aguas inquietantes, el actual presidente, el señor Donald John Trump, está fagocitando al partido que le apoya, el G.O.P., el otrora venerable Partido Republicano. El partido de los conservadores estadounidenses nos empieza a recordar, como un lejano eco, los errores de la derecha alemana en los años veinte y en los treinta. Años que hicieron posible la entronización del nazismo en la República de Weimar.

Cuando el poder se hace el dueño de la verdad, los que lo detentan consideran que la crítica más legítima se convierte en una traición al pueblo. Y llegará el día en el que la nación se tendrá que preguntar a sí misma lo que algunos de los republicanos americanos más lúcidos ya se plantean: ¿Puedo seguir mirando hacia otro lado? ¿Puedo pactar con la nausea? ¿Puedo ignorar la realidad? 40 importantes dirigentes políticos del G.O.P., entre ellos el «Speaker» de la Cámara, Paul Ryan, ya han decidido no presentarse con su partido en los próximos comicios. Pero muchos otros parlamentarios republicanos están indecisos; temen perder el apoyo electoral de las bases ciegamente leales al presidente Trump. El oportunismo y la rentabilidad política están para ellos por encima de los principios morales y éticos. Como en cualquier cleptocracia de medio pelo.

¿Qué harán esos republicanos? Se enfrentan a una situación sin precedentes en la historia de los Estados Unidos. Por supuesto es una situación extremadamente peligrosa para esa gran nación. Y para el resto del mundo.