Me suelen llamar la atención las declaraciones pomposas de principios a que nos tienen acostumbrados algunos representantes públicos a lo largo de los años, pero el caso es que nosotros también las hacemos: no somos racistas ni xenófobos, respetamos a todos por igual y el feminismo ha impregnado ahora nuestras vidas para hacernos cambiar, pero lo cierto es que, en muchas ocasiones, con raspar un poco en la superficie de cualquier persona nos sale todo el clasismo y la mala leche que llevamos dentro. Les pongo un ejemplo: una mujer coge un taxi en la Ciudad de la Justicia, le pide que la lleve hasta Soliva y el taxista no puede creerse que en esa barriada viva una mujer que va bien arreglada («allí hay muchos...», dijo el conductor). Increíble pero cierto. En un comentario, uno vomita todos los prejuicios que tiene sobre una barriada normal llena de matrimonios jóvenes con niños de corta edad que algunos se han interesado en manchar de porquería vaya usted a saber por qué. Lo mismo pasa con otras zonas de la ciudad: si uno vive en según qué sitios, hay que tener cuidado con las reacciones de los que están al lado, porque lo normal es que venga una avalancha de consejos al estilo «deberías salir de allí», y «¿allí vivís bien?» o estupideces similares. Luego, esos mismos van a manifestaciones para luchar por la solidaridad de los trabajadores o contra el racismo o causas todas ellas nobles que, en determinados casos, sólo defendemos de boquilla. Pregúntenle a cualquiera de sus amigos que viva, como el que suscribe, en uno de esos barrios populares, a ver si no ha sufrido una situación similar. O fíjense en los comentarios que se hacen en las redes sociales en las que tienen presencia los periódicos cuando hay determinadas noticias sobre inmigrantes. La retahíla de descalificaciones, incluso personales, hacia quien ha escrito la información o hacia quien la protagoniza suelen ser directamente para irse a la Fiscalía, aunque unos y otros muchas veces prefieran mirar para otro lado, que hay que seguir tirando. Otra cosa es que se pidan equipamientos para nuestros barrios, que en todos hacen falta. En eso está empeñada la oposición municipal, porque lo cierto es que la limpieza en determinadas zonas de la ciudad brilla por su ausencia, las actuaciones que se hacen suelen ser más testimoniales que permanentes y luego nos vemos la fotito de inauguración de una plaza cuando aquí lo que mola de verdad es el Centro. El propio alcalde habla ya de tejer nuevas centralidades en los barrios que tiren de las zonas en las que se ubican, como ocurrirá con el convento de la Trinidad en el distrito de Miraflores o como pasaría, por ejemplo, en Cruz de Humilladero con la antigua prisión provincial de Málaga, un edificio cargado de historia, sobre todo de la España negra de mediados del siglo pasado, que puede ser ahora recuperado para una iniciativa noble. Los barrios van a reclamar a partir de ahora su protagonismo, sobre todo porque el Centro lo que necesita ya es redefinirse y corregir algunos devaneos peligrosos con el turismo chungo, ese de despedidas de soltero (y soltera, oiga) y cervezas a mil por hora. El clasismo hace demasiado que se inventó, pero sigue dando el mismo asco.