Paco estaba ilusionado. Era su aniversario y deseaba que esa noche fuera especial. No había reparado en gastos: sidra El Gaitero, revuelto de frutos secos con sabor oriental, mejillones de los gordos y queso de esos que ya viene cortado en cuñas. A todo lujo. La cena fue bien, son muchos años casados. Llegados al catre Paco se vino arriba y le dio una cachetada en la nalga a su señora. Quería innovar, probar, experimentar, pero en respuesta recibió un bofetón a mano abierta que le puso la cara del revés y le tuvo un mes con tortícolis.

Paco lee en el periódico que el nuevo gobierno quiere cambiar el Código Penal para penar como agresión sexual cualquier acto que no vaya precedido por un sí expreso de la mujer. Paco mira de reojo a su señora, con miedo, nervioso, no vaya a ser que le denuncie por aquel intento fallido de salpimentar la coyunda. Le da vueltas a la cabeza y se plantea qué pasa si una mujer se arrepiente de haberse acostado con un tío, por qué sólo mujeres y no aplicarlo a una relación homosexual, o qué pasa con aquella comisión de expertos juristas creada en su día para valorar la legislación actual. Por qué no esperan a su dictamen.

El discurrir de Paco va más allá. Se pregunta cómo obtener ese consentimiento expreso. Ahora habrá que salir con un formulario en el bolsillo por si la noche se da bien, pero claro, Julio Iglesias necesitaría un archivo lleno de A-Z. Idea descartada. Grabar a la señorita en cuestión tampoco queda bonito, cortaría el rollo. Idea también desechada. Buscarse un testigo es lo menos plausible. Perdone caballero, voy a realizar el acto sexual con esta señorita y necesito que usted presencie el encuentro para evitar problemas. No hace falta que valore la faena, pero si no le importa deme una fotocopia de su DNI.

Paco se pregunta qué habría sido de aquellos chavales detenidos en la feria de Málaga por supuestamente violar en grupo a una chica que les denunció falsamente, porque parece que no existan mujeres que, ejerciendo su absoluta libertad sexual, escojan la opción de encamarse con varios maromos a la vez. Si lo hace un hombre es un machote. Si lo hace una mujer es un putón desorejado o ha sido violada. Las mismas que exigen la autonomía femenina son las que afean esa conducta. Paco no entiende nada, sabe que una cosa es la moralidad de compartir intimidad y otra bien distinta es criminalizarla, porque las filias afectan por igual a ambos sexos y los locales de intercambio de parejas o las orgías existen desde siempre por algo.

Paco escucha en la radio que la tarjeta black del jefe de la Junta de Andalucía para los cursos de formación registró un gasto de 15.000 euros en un puticlub sevillano, pero eso, visto lo visto, ya no le sorprende. Lo que llama su atención es que el dispendio se realizó en tan sólo cuatro horas. O iban treinta o el putero en cuestión es un vicioso portento de la naturaleza. En Madrid lo llaman irse a putas, como si las prostitutas fuesen una localidad, como irse a Cuenca, o a Logroño. Paco vuelve a lo suyo y se pregunta si las chicas del local otorgaron expresamente su consentimiento o éste estuvo viciado por ser víctimas de una sórdida red de trata de personas. Para colmo aparece Juanma Moreno y pide conocer todos y cada uno de los detalles del gasto. Qué morbosillo este Juanma.

Paco se relaja en el sofá y ve por televisión la llegada a Moncloa de Quim Torra. A los pies de la escalinata le espera impaciente un Pedro Sánchez sin gafas de sol. El periodista comenta que será una jornada especial, de acercamiento mutuo, y que el separatista lleva de regalo una botella de ratafía, un licor típico catalán. Dicen que Torra intentará someter a Sánchez, y Paco empieza a reír sin parar. Espera que al presidente del gobierno no le duelan las cachetadas, porque el catalán ya cuenta con su consentimiento.