España tiene casi 6.000 kilómetros de costa, un regalo ecológico que es punto de salida de los pescadores de este país, puerto de atraque del que se fue, zona de espera de quienes añoran a los que buscaron ventura en ultramar, y lugar de celebración de la devoción marinera por su patrona, la Virgen del Carmen. Y es que no existe una Virgen más popular, más compartida, más celebrada. Distintas son sus manifestaciones, su imaginería, pero una sola es su advocación, proteger a la buena gente de la mar.

Según la tradición, el 16 de julio de 1251 la Virgen del Carmen se le apareció en Inglaterra a San Simón Stock, un superior carmelita, y le entregó sus hábitos y el escapulario, símbolo inequívoco del culto mariano de esa orden mendicante nacida en el Monte Carmelo. En estos 767 años repiten que ese mismo día la Virgen prometió liberar del purgatorio a todas las almas de las personas que vistieran el escapulario durante su vida. El que muera ataviado con este escapulario no sufrirá las penas del fuego eterno, dijo la Virgen más marinera. No es poca cosa tal promesa.

Para mí la Virgen del Carmen está en las curtidas manos del pescador, en las arrugadas cartas navales, en las velas henchidas, a babor y a estribor, en la cresta de una ola, en el levante o en el poniente, en la proa de todo deseo, en el uniforme de la Armada, en los mapas del tesoro, en el bolsillo del armador, en la hermandad de su tripulación, en el acierto de un sonar, en la firmeza del timón, en los pecios hundidos, en la rosa de los vientos, en el ancla que te ata a los tuyos, en lo insondable del océano oscuro, en las redes llenas, en las leyendas marinas, en la estrella polar y en el astrolabio que la busca. El mar es su hogar, el mar es su destino, y Ella, su reina y señora.

Este lunes, bajo una media luna pluscuamperfecta, la Virgen salió de su hornacina y paseó su gloria por las calles de cientos de pueblos y decenas de ciudades, portada por los suyos, al ritmo de su Salve, con la cadencia veraniega y la curiosidad de quien se acerca a admirar a su Hijo, con la devoción del olor a sal y el regusto a playa serena. Porque la Virgen del Carmen es alérgica al boato y encorsetamiento de la Semana Santa, huye de los romeros de las afueras para mezclarse con su gente por barrios pesqueros y cascos antiguos, se mece al son de la alegría de una banda fiel al tres por cuatro. Viva la Miiiigen, gritan unos; Ya está aquí la Señora, susurran otros, pero todos coinciden en algo: en la adoración por el rompeolas que, una vez al año, se hace mujer y madre. Una Virgen, su pueblo, muchos mares, cero liturgia.

Mañana despuntará de nuevo el alba y los barcos zarparán con rumbo a su obligado y duro destino. Desde tierra veremos su estela, desde tierra sabremos que están protegidos. Mañana, entre ecos del rosario de la aurora y retales de escapularios, rendiremos debido respeto a la gente de la mar. Se lo merecen.

Que viva la Virgen del Carmen. Salve, por siempre, Estrella de los mares.