'Abultado censo del Partido Popular', por José Becerra

El ya finiquitado enfrentamiento de dirigentes del Partido Popular para ocupar la silla vacante que dejara Mariano Rajoy en su, por usar una expresión castiza taurina, espantá, de meses atrás ha dejado al descubierto que los más de 800.000 afiliados al partido era poco menos que una entelequia bien alejada de la realidad. No era oro todo lo que relucía, como han demostrado estudiosos de la cuestión al sopesar con rigor el verdadero censo de esta formación política. Les pareció abultado a todas luces, al evidenciar que solo un pírrico número de militantes, que no llegaron ni al 8 % - poco más de 66.000 afiliados que se presumían- votaron bien por Santamaría, bien por Casado, cuando ambos velaban armas para acceder a la presidencia del partido. Algo que puso en guardia a las primeras espadas del partido- por seguir en el símil taurino-, exasperados y dolidos por tan parco número de afiliados que quisieron ex profeso intervenir en la elección que debía ser crucial para el porvenir más inmediato de la formación política en la que militaban. Sin embargo, la cuestión radica no solo en la mínima movilización entre las filas peperas , sino en que los datos no eran creíbles ni de lejos en lo que tocaba al número de militantes realmente constatados. La lista de afiliación no estaba puesta al día: hubo dejaciones, falta de pagos de las cuotas reglamentarias, y, naturalmente, fallecidos que la pudieron mermar significativamente. Se impone en palabras del propio Casado «modernizar la forma de comunicarnos con nuestros afiliados a través de la digitalización». Una puesta al día urgente que el novísimo presidente del PP calibra como de urgente e ineludible. Le sobra razón, si se han de tener en cuenta el peso de la militancia en los congresos nacionales, o cuando haya que decidir sobre cuestiones trascendentales como las de ahora al elegirse en consenso el liderazgo del partido.

'El fascista es el otro', por Martín Sagrera Capdevila

El mentiroso, el ladrón es el otro, suele gritar el culpable; y de tanto buscar razones para incriminar a los demás, llega a veces a creérselo, al menos de modo inconsciente. De tanto imputar de todos los males a los españoles y malos catalanes, -y gracias a su profundo racismo-, Torra nos acusa incluso de fascistas y quizá hasta se lo crea ya. Veamos los hechos. Torra habla como si él y los suyos no hubieran intentado imponerse, copando los puestos de las instituciones y medios de comunicación, sobornando o expulsado a muchos, a los que tolas las elecciones han demostrado ser la mayoría de los catalanes. Como si los separatistas no hubieran hecho censos políticos ilegales y amenazado con boicot y pérdida de empleo a los no pensaran como ellos. Como si no hubieran intentado, hasta donde no pudieron más, un golpe de Estado. Como si por ello no hubiera ya procesados y presos políticos, no presos políticos como pretenden decir para continuar su golpe. Como, entre muchas violencias más, si no hubieran copado la Diada, el Barça y hasta, vergüenza máxima, la manifestación antiterrorista del 11-A, donde llegaron a robar y destrozar pancartas de «Justicia y paz» por estar en castellano, lo que, como su violencia física contra los demás en muchas ocasiones, puede comprobar quien quiera saber la verdad en los vídeos de Internet. «El que usa métodos fascistas, es fascista». Y la violencia con que se neutraliza al fascista es legítima y necesaria para preservar la democracia.