¿Cuántas fotografías se hacen al día? En las calles con resaca de feria de Málaga; en las de otras ciudades con un monumento de fondo acreditando la autenticidad del viaje; en las playas donde los cuerpos giran al sol igual que girasoles y la sensualidad o la belleza se encuadran como un negativo del deseo. Incluso, a la moda actual, frente a la sonrisa impostada de los autorretratos exhibiendo falsa felicidad en Instagram. Sin esta red social, con más de 80 millones de imágenes subidas al día, la vida parece no existir. Casi nadie concibe hoy, Día Mundial de la Fotografía, gozar de ese instante decisivo en el que un ojo nos acerca a algo parecido y equívoco a lo que se supone la inmortalidad, sin dejar testimonio. Cada imagen es una huella sentimental y un vértigo hacia la muerte. Qué hermoso ha hecho ese tránsito, a modo de poema anual de su oficio, Nicholas Nixon encadenando cada año desde 1975 a su mujer y sus hermanas al ángel del tiempo en la luz de sus retratos. Existe también el anonimato de otros que confeccionan un calendario de escenas de navidad, de viajes familiares de verano, de la aventura de los hijos sucediendo por los capítulos de su vida. De la antigua pasión que te descubre escalando las paredes de una montaña en conquista del grito liberador de su cumbre. O al amigo del que ya sabes pero no lo habías pensando alineado sobre la hierba, capitán de blanco de un equipo de literatura en Zaragoza. Seguro que los hay también que, al igual y de nuevo Nixon, retratan la vejez en una quietud como forma de la huida. O en sus pupilas toman nota de los rostros de las pérdidas que conforman las penumbras de la mirada, la sonrisa personal ajustada al saldo de la experiencia, la chispa profunda de la infancia que en ocasiones persiste en el gesto de aquellos cuyo retrato nos contempla a nosotros, en lugar de al revés.

Se celebra hoy la fotografía que llegó para cambiar el mundo y seducirnos. Sin ella la ciencia no hubiese avanzado en sus estudios en medicina (los rayos X, las operaciones estetoscópicas), ni la biología, la cartografía ni el periodismo hubiesen evolucionado en el conocimiento del territorio o de la veracidad de la guerra. Tampoco el cine y el arte hubiesen desarrollado la imaginación gracias a que la fotografía amplió el campo de visión del ojo humano. Robert Capa a pie de la batalla en la que su mirada sudaba entre la percepción y su suceso. Lo humano y la naturaleza de su expresión en la realidad de lo cotidiano donde la magia es un instante imprevisto en el ojo de Robert Doisneau o en el de Cartier-Bresson para quien la cámara era un cuaderno de bocetos, un instrumento para la intuición y la espontaneidad. Rechazamos la inmigración desde nuestra impostura de clase y soberbia de estómago, pero viene Juan Ferreras y nos sacude en blanco y negro la memoria de lo que fuimos con una fotografía del 79 de granadinos hacia la vendimia, nómadas con maletas de cartón a bordo de un tren que en otras madrugadas tenía rumbo a Barcelona, a Hamburgo, a Suiza. Sin ella tampoco sabríamos del polvo dorado de los desiertos de Richard Avalon ni de esa máscara del deseo que era la lencería con la que Helmult Newton desnudaba a sus mujeres, mientras otras llamadas Dorothea Lange, Lee Miller o Inger Morath nos iban narrando de la vida su belleza y su desgarro, sus fronteras y pasadizos, sin un sola palabra. Tan sólo la imagen que se trasciende a sí misma en ese sexto sentido que es el arte desafiándonos a pensar más allá de lo que está representando.

Hace 179 diecinueves de agosto que la fotografía nos registra y nos sueña. Unas veces efigies, y en ocasiones copia en serie de una metáfora estética. Pero en todas somos el espíritu de un instante desvanecido que nos convierte en fantasmas impresos y enmarcados en casa, en el álbum de las madres, en los escaparates de las tiendas de fotografía en las que hacíamos la comunión y la mili; aquella de la Granada de los años setenta cuya publicidad decía «de las guapas hacemos maravillas, de las feas milagros». La efeméride se la debemos al gobierno francés que en esa fecha liberó la patente del daguerrotipo por Daguerre después de perfeccionar el trabajo de Joseph Nicéphore Niépce. Dos de los padres del invento junto al menos recordado Abu Ibn al-Haytham. En su tratado de óptica demostró las propiedades de la luz, su propagación en línea recta, explicó el funcionamiento de nuestros ojos y diseñó la primera cámara oscura. Los tres pioneros de este fascinante invento y las ricas variantes de su creatividad que oficialmente se celebra a nivel mundial desde 2010 a iniciativa del fotógrafo australiano Korske Ara.

En la vida muchas cosas, si no casi todo, depende del ojo con el que se mire. La clave en este oficio, donde ver no es suficiente, y sobre el que los expertos afirman que divide la observación, el encuentro y el disparo entre los discípulos del camino cartierbressoniano y de la transmisión de la humanidad del momento que defendió Robert Frank. Hay otros genios a los que se le debe la maravilla de una técnica -la profundidad de campo y el uso del angular- o la importancia de la luz como insinuación. Es el caso de Grees Toland innovador en Ciudadano Kane. Pero es de los dos primeros de cuyos troncos nos han ido llegando, cazadores de la huella y el aura, retratistas de la conciencia, geómetras de lo esquemático y el vacío, exploradores vitales y plásticos como Elliot Erwitt, Sebastiao Salgado, Cristina García Rodero, Gisèle Freund, Imogen Cunnigham o Shirin Neshat entre muchos otros. Nombres a los que podríamos sumarles los de Carlos Pérez Siquier, José María Artero o Aurora Ontañón, artífices del grupo Afal y su revista en los años 50 en Almería, presentes con una selección de 200 obras de sus fondos en la estupenda exposición Aproximación a Afal. Donación Autric-Tamayo abierta hasta noviembre en el museo Reina Sofía. Una muy buena mirada acerca de la experimentación, el reportaje y el ensayo, las divergencias estéticas y los conceptos creativos y de aquel periodo de España.

No sé cuántos millones de clicks habrán detenido, cuando se duerma este domingo, el latido del mundo en un visor o en una pantalla en la que se acumulan selfies, rastros, y las yemas del índice veloces en busca de sus cromos a color. No me queda espacio para debatir, tan sólo lo señalaré, en torno a la confusión que envuelve hoy esta disciplina, oficio y arte, con la que cualquiera se siente fotógrafo porque enfoca y pulsa la captura de una imagen. Una democratización con trampa que ha llevado a una falta de respeto por la calidad y el trabajo de los periodistas gráficos que cada vez encuentran menos demanda y respaldo en los medios de comunicación -lo mismo ocurre con la escritura que le da importancia a la palabra-. La fotografía sufre al igual que el viaje como conceptos. Una y otro son víctimas del consumo y su divulgación, dominados por el turismo, su masificación y su insuficiencia cultural. Son pocos los que de verdad, al igual que el fotógrafo, meditan desde su punto de vista, interrogan a favor de lo que encuadran, dialogan con la luz de su atmósfera, y lo transforman en la creación o expresión sobre la idea de lo que ven, sienten y dibujan en el aire de su mirada y lo que sucede entre su disparo y sus ecos.

Está claro. Soy un enamorado de la fotografía y por eso la celebro. Hoy y cada día a cuyo encuadre en libertad le guiño con una sonrisa de paso y un boceto para la memoria. Escribo que me gusta leerla, indagar en lo que queda fuera de plano y escuchar las historias expositivas con las que enriquece mi manera de sostener un gesto fugaz de la imaginación y el secreto de lo que somos.

Hoy en su efeméride, y en recuerdo de tu mirada en lectura, te encuadro, y click. Espero que te reconozcas en tu retrato.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.es