"Un ave herida se aquietó en mi frente/ viendo huir tus miradas/ dispersas por los aires mudos/ de membranas mohosas y preguntas inútiles". Estos versos del permanente poeta malagueño José María Hinojosa -introductor en España de la poesía surrealista y codirector en 1929, junto con Emilio Prados, de la revista Litoral- publicados en su último libro La sangre en libertad (1931), me llevan, de nuevo, a dirigir mis pasos hacia la calle de los Caballeros, actual San Agustín.

Un caminar unido a la nostalgia de los tiempos felices e indocumentados de estudiante de Filosofía y Letras, cuando traspasaba el dintel de la puerta del antiguo convento de San Agustín y el patio porticado acogía el rumor estudiantil que rompía el digno silencio claustral, invitándonos al estudio y a los sueños. Hoy, las ventanas desaliñadas con sus cristales quebrantados por el abandono y el olvido por parte del Ministerio de Cultura -su actual propietario desde hace 14 años- me conducen a preguntarme el por qué de tanta desidia, después de 23 años, por este histórico inmueble del siglo XVI ubicado dentro de un entorno esencial enmarcado por la Catedral y el Museo Picasso.

El ostracismo de este edificio apremia a esta pretendida ´ciudad cultural´ a saldar esta cuenta muy pendiente para restablecer la autobiografía de esta urbe y a ejercer una mayor firmeza desde las administraciones y asociaciones para rehabilitar sin más demora este espacio, esta edificación tan sustancial para la memoria de la capital.

«Una astilla de luz/ agujerea/ los tulipanes negros» versa Hinojosa en su poema Sueños. La adjudicación a principios de agosto de los trabajos de la segunda fase de excavaciones arqueológicas en San Agustín parece ser esa esquirla. La necesidad no conoce leyes, nos recuerda el obispo de Hipona. ¿Hasta cuándo tanta indolencia?