Aznar no conoce a nadie. Ni a Correa. Estuvo en la boda de su hija. No importa. Hizo negocios con él. No importa. Era de su partido. No importa. Le hizo regalos. No importa. Nadie conoce a nadie. Aznar se ha hecho amigo de su desmemoria. Se ha divorciado del recuerdo de los españoles y en pago, mucho de los suyos, de los que le votaron, están olvidando que un día lo apreciaron.

El hombre de las Azores se ha quedado en una caricatura para que los Ozores lo imiten. En su comparecencia en el Congreso hizo parecer simpático a Rufián. Hizo parecer un estadista a Pablo Iglesias. Iglesias estuvo mesurado, «defensor de su patria», como ha escrito Raúl del Pozo. Y Aznar desmelenado, no conozco a nadie, yo no fui. A mi plim y Venezuela esto y usted a mí no me dice eso. Aznar haciéndose la infanta. Nadie se acuerda de nada. Vestido de negro. Como de enterrador de su prestigio. Con gafas redondas de tenerlos cuadrados. Anteojos de empollón que estudia como desviar la atención. Aznar necesita dos sillones, el otro para su soberbia. Debe parecerle el colmo que unos diputadillos hurguen en su memoria. No lo sé. Sí, claro, a usted se lo voy a decir.

Un lustro de investigación del caso Bárcenas ha probado que había una caja b en el Partido Popular que se nutría de aportaciones ilegales de empresas, sobre todo constructoras (ocho millones de euros entre 1990 y 2009) para financiar sobresueldos y actos del partido. Aznar fue presidente entre el 90 y el 2004. Pero nada. Impasible el ademán. Dijo: «No hay una sola prueba de la existencia de esa caja b». Y eso que algunos de los perceptores han confesado. Jaume Matas, por ejemplo.

Este mal trago se olvida con 300 abdominales, debió pensar. Un cachondo debería haberle preguntado por Ana Botella y su relación con el PP y su gestión como alcaldesa. Más que nada por ver si bemoles tenía de decir que no la conocía (si lo decimos en pareado nos indigna menos). Botella con el rodillo esperando en casa. Aznar dijo no ser el JM de las anotaciones barcénicas o barcenistas o barcenesas. No conoce a nadie. Ni a él mismo. Se niega.

Lo más llamativo de todo, lamentablemente, es que él sí es reconocible. Lo conocemos bien. Ya sabemos de sobra quién es.