El próximo martes es 2 de octubre, día de los Santos Ángeles Custodios, fiesta del patrón del Cuerpo Nacional de Policía, jornada de celebración y reconocimiento para un colectivo que, a pesar de sus altos mandos y muchos de sus sindicatos, lucha a diario por cuestiones tan básicas como trabajar con seguridad, necesaria y urgente equiparación salarial (Jusapol), verse respaldados ante actuaciones de peligro, contar con medios adecuados, ampliación de dotaciones y desarrollar su labor con la dignidad que les corresponde por ser autoridad.

La policía, los buenos y buenas policías de este país, siguen cumpliendo con su compromiso a pesar de todas esas deficiencias y salen a la calle día tras día sin saber si será el último. No importa si su destino es un puesto fronterizo, una oficina de denuncias, un archivo, un zeta, o un grupo investigador. El peligro siempre está ahí, nunca descansa. Prometieron cumplir con diligencia las obligaciones de su cargo y ese compromiso lo mantienen inquebrantable. Ellos olvidan los mamoneos de toda empresa y tiran para adelante. Por eso, por cumplir con su obligación de forma excepcional, el día del patrón se conceden condecoraciones a los policías que han resaltado por su meritoria trayectoria. Existen varias distinciones de la Orden al Merito Policial, pero básicamente se reducen a dos: la cruz con distintivo blanco, concedida por su patriotismo y cumplimiento del deber con prestigio para el Cuerpo; y la cruz con distintivo rojo, reservada para aquellos que han enfrentado situaciones de serio peligro para su integridad, han sido heridos en acto de servicio, o han demostrado un extraordinario valor en momentos de riesgo.

La blanca y la roja son como los buenos amigos, están siempre en los momentos malos, deseando no tener que demostrarlo, es decir, demostrarte mi amistad en un momento aciago implica que tu lo estas pasando mal, cosa que ningún amigo desea para otro. Uno sabe que existen, las siente, pero obtenerlas supone haber atravesado situaciones delicadas, de esas que hacen que te replantees si no estás más tranquilo en un puesto menos comprometido, de las que te aseguran un horario fijo o que volverás a casa para besar a tu hija recién nacida. Y esto lo sé de primera mano, pues después de tantos años batallando en las comisarías me honro de tener buenos amigos policías, como miembros de una Hermandad, con los que comparto tiempo profesional y personal.

Les oigo, les combato en buena lid, les acompaño y les admiro, porque me consta que aman a un colectivo cuya cúspide suele ser desagradecida con los suyos, que está más pendiente de las estadísticas que de resolver problemas, o que prima la publicidad por encima de la eficacia, pero ellos, los que se fajan la calle en su nombre y bajo sus reglas, seguirán dando la vida porque usted y yo vivamos tranquilamente. Un malo menos es un eventual peligro a evitar, una potencial amenaza neutralizada.

Por eso hoy recuerdo la lucha por la equiparación salarial con los privilegiados cuerpos autonómicos, y por eso me alegro tanto por todos los futuros condecorados. Por ser ejemplo de lo que se espera de ellos, por hacer el sacrificio de anteponer la seguridad de todos a la distinción propia, y lo hago desde el sincero deseo de que siempre vuelvan a casa y luzcan sus insignias en el uniforme por muchos años, porque, como dijo el General Custer, las medallas póstumas sólo sirven para que pese más el ataúd.