Tu casa puede sustituir al mundo; el mundo jamás sustituirá a tu casa, sugiere un proverbio alemán. La vivienda es esencial para nuestro crecimiento personal y social.

Su trascendente dimensión colectiva ha hecho que la protección y garantía al derecho a una vivienda digna y adecuada quede reconocida y sancionada en nuestra Constitución (artículo 47). Ahora bien, habría que plantearse ¿qué se entiende por digna y adecuada?, nociones muy desdibujadas en relación con este ámbito. El mismo apartado dispone que los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán normas pertinentes para hacer efectivo ese derecho, siendo éstos quienes garanticen la práctica ejecución del mismo. Además, los gobiernos deberán regular «la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación». Leyendo este precepto, a día de hoy en Málaga, uno se sumerge en una ciudad quimérica ante el reiterado y notorio quebrantamiento del mismo.

A este respecto, la alerta ha sonado de forma sobrecogedora en la capital promovida por el Observatorio de Medio Ambiente Urbano (OMAU), advirtiendo que el acceso a la vivienda para una gran parte de las familias y jóvenes malagueños se está convirtiendo en «algo más que una pesadilla», con precios de venta y alquiler «prohibitivos» para el gran conjunto de los habitantes de esta urbe, «sin que desde los poderes públicos se muestre interés en modificar esta situación».

Todo ello aumenta la segregación urbana, convirtiendo a Málaga en una sociedad dual. Seamos conscientes de que el derecho a la vivienda no es fundamental, éste solo informa y no vincula; de hecho, aquello no vinculante se incumple. Urge la regulación de este mercado por el bien de la ciudad y de sus moradores. Es muy apremiante.