Si Basil Grant, el chestertoniano juez de El club de los negocios raros, hubiera estado Málaga esta semana, habría reparado en dos noticias que guardan una íntima vertebración, por ser ambas humanas y, por ello, imperfectas. Por una parte, la autocrítica que le hicieron al brillante mural que Ángel Idígoras había regalado a Lagunillas y a los humanos que tienen la sana costumbre de besarse por esquinas; por otra la posibilidad de que Elías Bendodo, opte a un tercer mandato de la Diputación Provincial.

Al mural de Idígoras le achacaron que tenía palabras de menos, haciéndolo responsable de la cita de Vicente Aleixandre, que hablaba de «hombres» y no de hombres, mujeres, perros, gatos, madres, padres, abuelos, abuelas, madrinas, padrinos, novios, novias, maridos, maridas y todas los sujetos que pudieran destinatarios de memoria y besos. La falta le fue señalada en el propio mural, con ánimo de mandarlo a reeducación, arañando el minutillo de fama por el que lampan los mediocres y Ángel, con buen criterio en mi opinión, consideró que el defecto estaba en darle cuartos al pregonero y procedió al borrado del dibujo, para que puedan se escribir reflexiones como «Tonto el que lo lea».

A Bendodo se le achaca que dijera palabras de más. Nadie exige que un gobernante tenga fecha de caducidad, sino que dure lo que dura su buen servicio a la comunidad, de manera que comprometerse a limitar mandatos para luego desdecirse, aun admitiendo que entra en las reglas de juego de la palabra dicha en política, son ganas de pegarse un tiro en la rodilla, precisamente en tiempos en los que se van a necesitar dos rodillas -e incluso tres- en perfecto estado para correr.

Grant aconsejaría que aprendieran -censores y presidentes- de los columnistas, que dicen las palabras justas: las que caben en el cajetín.