La Wikipedia se refiere a Lagunillas como «un barrio que presenta un alto grado de deterioro urbanístico» que es considerado por la Unión Europea como «barrio marginal». Sin embargo, allí se encuentran todavía rasgos definitorios de un barrio de antaño: subsisten las pescadería, frutería, panadería y tienda de ultramarinos, además del bar y el asador de pollos; el negocio de enmarcados y la farmacia han sobrevivido hasta época muy reciente. Cabe deducir que este frágil ecosistema comercial sigue siendo viable gracias a unos alquileres moderados que habrá que achacar a la degradación del entorno, pero las palabras cupcake y gourmet ya han aparecido rotuladas en sendos locales como señal de alarma. Por ahora, lo que predominan son ruinas y solares, fruto de la inacción de la administración (recordemos las tecnocasas) y de alguna partida de Monopoly que parece estar jugándose al final de la calle. Se ve que, a falta de otra idea mejor, el único plan para el barrio es pintar tapias abandonadas: la presencia de un colosal Pablo Ráez en una medianera es posible gracias a la última de las demoliciones.

En la calle de al lado, Idígoras pintó la Esquina de los besos. Una interpretación de Doisneau acompañada de un verso de Aleixandre. Si al mural le faltaba algo (yo no lo creo), las fotos que los vecinos se han hecho frente a él habrían compensado esa hipotética carencia, completándola en su diversidad: chico besa chica, chica besa chico, chica besa chica, chico besa chico. Una apropiación en toda regla por parte de los ciudadanos de un mensaje lúdico e inocuo; aquí había surgido algo interesante, en mi opinión. Hay quien piensa, en cambio, que todos los que en esa esquina se habían besado no han entendido nada. ¿Quién se equivoca? Menudo charco.