Bajo el ideal de la democracia se ha cobijado desde tiempos inmemoriales el sueño del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, santificado por Lincoln sobre el campo de batalla de Gettysburg. En los dos últimos siglos, con retrocesos y a veces con violencia, el ideal parecía avanzar en dirección única. Tras la caída del muro de Berlín una inmensa ola de democracia invadió Europa del Este, Sudamérica, parte de Asia y África, y se proclamó el estado universal democrático. Los años que van de 1990 a 2015 fueron descritos como el cuarto de siglo más democrático de la historia mundial. La democracia no tenía rival ni en la teoría ni en la práctica. En el universo de la política, su victoria en todos los frentes era incontestable. Pero, de repente, su progresión se detuvo y la estrella de la democracia comenzó a apagarse. Democracias que creíamos estables y seguras han adquirido rasgos propios de dictaduras, transformándose en regímenes híbridos, hasta hacerse irreconocibles. Paulatinamente, sectores de la población impugnan de forma cada vez más explícita el funcionamiento de la democracia en su país. En las democracias más prestigiosas, las nórdicas, los partidos antisistema, indiferentes u hostiles al parlamentarismo, obtienen regularmente más del 20% de los votos. El politólogo Jan Werner Muller, autor de un libro imprescindible sobre el populismo, sostiene que está en formación una internacional autoritaria que supone una amenaza seria para la continuidad de la Unión Europea y de la democracia en el continente. Los ciudadanos siguen declarándose demócratas, pero con una convicción debilitada y crecientes dudas, particularmente entre los más jóvenes. En consecuencia, no sorprende la proliferación de estudios que analizan este estado de opinión y estas actitudes que cuestionan la democracia de diversas maneras. Unos procuran una explicación del fenómeno y otros discuten abiertamente la superioridad política de la democracia. A la vista del debate suscitado, ya no se puede dar por sentado que la democracia sea la estación término de la historia política. Algunos de los autores y las obras más citados en la actual controversia sobre la democracia han sido traducidos al español. Levitsky, conocido por haber acuñado el concepto ‘autoritarismo competitivo’ para referirse a la deriva autoritaria aludida, y Ziblatt se preguntan si la democracia está en peligro en Estados Unidos. Su respuesta es que hay motivos de alarma. La mayor desigualdad social y la consiguiente polarización política ejercen desde décadas atrás una fuerte presión sobre el sistema político, que con la presidencia de Trump está siendo poco a poco demolido. En este punto mencionan como ejemplo la II República española. El síntoma más inquietante es la quiebra de las reglas no escritas de la tolerancia y la contención que fueron escrupulosamente respetadas por los líderes políticos desde la fundación del país. Los profesores de Harvard centran su atención en la pérdida del papel de los partidos de guardianes de la democracia a partir de la introducción del procedimiento de las primarias en la selección de sus candidatos. Como los anteriores, Yascha Mounk considera que la elección de Trump es un signo inequívoco de la crisis de la democracia y comparte con ellos la mayoría de sus observaciones. Pero su análisis no se reduce a la democracia americana; tiene mayor amplitud, tanto teórica como empírica. Resumiendo su exposición, los problemas que están llevando a la democracia a su desmoronamiento están causados por el impacto sobre ella de la desigualdad social, la inmigración y las redes sociales. Sin expectativas claras de movilidad social, sin una definición precisa de quién es el pueblo, con la prensa clásica desplazada por las redes sociales, que elevan un atril en medio de la plaza pública a la que no han tardado en subirse los vociferantes grupos radicales, la democracia liberal se vuelve confusa y pierde atractivo. El resultado es la descomposición en sus dos elementos constitutivos, cuya asociación ha sido siempre conflictiva, la democracia y la libertad, de donde surgen dos formas políticas nuevas: la democracia iliberal, que celebra elecciones pero restringe derechos, como ocurre en Hungría, y el liberalismo no democrático, que protege el ejercicio de las libertades, pero transfiere la gestión política a agencias no electivas.

En uno y otro caso, la ciudadanía abandona la defensa de la democracia y se aleja de la política, a la que acceden los recién llegados, con actitudes cínicas, en busca de estatus y poder. Estos politólogos han descubierto una inesperada fragilidad en la cultura democrática de los ciudadanos. El populismo actual viene propiciado por el desencanto previo con la democracia. Advierten de que las nuevas generaciones conceden menos relevancia en sus vidas a la política y que va en aumento el porcentaje de jóvenes europeos y americanos que se muestran abiertos a soluciones autoritarias.

Su propuesta consiste en estimular la confianza en la política, renovar la fe cívica, mantener la lealtad institucional y seguir en la competición electoral. El planteamiento que adopta Jason Brenann es bien distinto. Se confiesa fan de la democracia, pero también un crítico. Cree que hay una visión ingenua de la misma que hay que combatir. En contra del común de los demócratas, afirma que la política es una actividad poco saludable para las personas y que las democracias son vehículos manejados por gente sin carnet de conducir, están gobernadas por una mayoría que no tiene los conocimientos necesarios en ciencia política y economía, y que con sus decisiones puede causar graves daños, como de hecho constata que ya sucede. La democracia, opina Brennan, es como un martillo; se mide por su utilidad. Si otra organización política nos ofrece mejores resultados, y esa es la epistocracia, prosigue, debemos ponerla en práctica. De sus distintas modalidades, Brennan opta por la que denomina «el gobierno por oráculo simulado», que consiste en recabar a través de la papeleta de voto una información sobre los votantes y luego dar prevalencia a la elección hecha por los mejor informados. La idea es muy polémica, pues pone en entredicho la premisa democrática básica según la cual todos los votos deben ser contados por igual y, en cierto modo, nos devuelve a los debates decimonónicos sobre el sufragio restringido. Pero si decidimos acompañar por libre a Brennan en su exploración, respondiendo así a su provocadora invitación, la aventura puede convertirse en un buen aprendizaje democrático. La democracia ha tenido siempre enemigos declarados. Cuenta en su debe con fallos y fracasos sonados. Durante décadas ofreció bienestar, pero ahora es incapaz de contener la expansión de la desigualdad. No dejamos de dar vueltas a ver si encontramos algo mejor. Grupos y gentes con diferentes motivaciones pululan a su alrededor disimulando sus oscuras intenciones. Camaleónicamente, guardan las apariencias, pero a la primera oportunidad la corroen por dentro, deslegitimando al adversario político, haciendo uso de la violencia, neutralizando el control del poder judicial y de los medios de comunicación, manipulando las instituciones arbitrales. ¿Está agotada históricamente la fórmula democrática o la crisis actual abre las puertas a una democracia nueva y mejor? Esta es la cuestión. No la podemos eludir, por lo que podemos perder y por lo que puede estar por venir. Lo que es seguro es que las democracias no están bien. Esta era, dice Mounk, es de incertidumbre radical.