Me he comprado un peso. Sí. Es un error. Lo sé. Un error de peso. Sabré lo que peso. Se acabó andar a ojo, mirando la barriga y calculando si ha crecido. Se terminó el baremo del pantalón: aprieta o no aprieta. El peso que he comprado es funcional y de precio medio. No es un peso grande. Supongo que los pesos también, como todo el mundo, quieren pesar poco. Ser elegantes y esbeltos. Quién va a querer un peso pesado. A no ser que seas entrenador de boxeo. O púgil peso pesado. El peso que he comprado no había pesado a nadie antes que a mí. No es un peso de segunda mano, o sea, de segundo peso. Una vez leí que algunos pesos domésticos, o sea, como el mío, uno de esos para colocar en el cuarto de baño y pesarte recién levantado, sólo tienen dos cifras. No lo creo. No me imagino dejar a alguien al borde del suspense en 99 kilos. Imaginen a esa persona. Pensando que no engorda. Que se mantiene en los 99. Y vengan bollos y churros, ensaimadas, mermeladas, siropes, tartas de queso y rabo de toros, más patatas por favor. Y nada. 99 kilos.

Tengo un amigo que dice lo que pesa nombrando emisoras. Por ejemplo, estoy en un peso Cope. Es decir, pesa 89,9. O estoy en la Ser, lo que significa que se ha pasado algo con los mazapanes y ha alcanzado el 100.4. Un artículo sobre los pesos no ha de ser muy pesado.

El peso que he comprado es blanco y los números, digitales al modo clásico, salen en una pantallita de fondo oscuro. Lo he sacado de la caja y lo he acariciado un poco. Lo he colocado con delicadeza en un rincón privilegiado del cuarto de baño. A los pesos hay que mimarlos. No se casan con nadie y si te tienen que decir que estás en 85 te lo van a decir con el desparpajo habitual. Pero hay que tratarlos bien, que se sientan como en casa, que noten que pesan lo suyo en el devenir del hogar, que no son un cero a la izquierda. Tampoco a la derecha. No deben pensar que la lavadora o el lavavajillas o el sofá es más importante para ti. Pero sin ser pesados. O bueno, sí: pesados por él, sí.

Me quita un peso de encima la compra que he hecho. De lo cual, por desgracia, no puede inferirse que comprar un peso adelgace, por mucho peso que te quites de encima. No pocas veces escribo sólo por el placer de escribir la palabra inferir, que es un verbo que está ahí pero del que nos olvidamos mucho, de lo cual se infiere que nuestra memoria no es como nuestra barriga, tendente a crecer, a ser más grande cada vez. Quizás no la usamos porque tenemos una vida atolondrada, propicia a los injustos olvidos. No sé si es una razón de peso.