Mas allá del tanto político que se apuntó Albert Rivera con la oferta que planteó al ex primer ministro francés Manuel Valls para encabezar la candidatura de Ciudadanos a la alcaldía de Barcelona, y el resultado que dicha propuesta ha tenido con la aceptación por el interesado de encabezar una plataforma en la que dicho partido se va a integrar, se ha producido un evidente terremoto político que remueve las turbulentas aguas por las que navega la política española. Crisis que excede claramente la situación en Cataluña y se extiende al conjunto de España. Agitación que, en mi opinión, es consecuencia de algunos problemas que gravitan pesadamente sobre la sociedad española.

En primer lugar, la propuesta a Valls y posterior resultado es un síntoma más del desprestigio en que han caído la política y los políticos españoles. Cierto es que también cuecen habas en otros países de gran tradición democrática, pero la búsqueda de "independientes" para encabezar importantes candidaturas de partidos dispares pretende dar lustre y mejorar sus perspectivas electorales. Solución que ha venido para quedarse, aunque no sea algo nuevo.

También son los casos de la actual alcaldesa de Madrid Manuela Carmena por los podemitas, que, al parecer, se está planteando una plataforma como Valls para las próximas municipales, pero de izquierdas; el de Ángel Gabilondo para encabezar la candidatura del PSOE a presidir la Comunidad madrileña; y los "tapados" que sin duda empezarán a aparecer por toda España en los próximos comicios a todos los niveles electorales. Son la constatación de la crisis de la democracia española a raíz del lamentable espectáculo que los políticos, en general, están dando.

Sin embargo, en vez de modificar los mecanismos internos para revertir la situación actual, por los que los dirigentes se van seleccionando en sus respectivos partidos por métodos inversos a los que la racionalidad y la ética exigen, se premia el "peloteo" y la mediocridad en detrimento de los militantes de mayor valía que acaban marginadas o abandonando. Por eso se busca el paraguas del prestigio personal y mediático de personas de gran relieve "exteriores al partido" para mejorar las expectativas electorales de unas siglas y, en consecuencia, las laborales de quienes tienen difícil retorno al mercado de trabajo "ajeno a la política".

Una segunda cuestión nos lleva a plantear cómo están quedando las primarias y la apelación a las bases que, hasta hace poco, se consideraban como la prueba del algodón democrático de los partidos. Por el contrario, lejos de lo pretendido, lo que están demostrando es el bluf de unos censos de militantes ficticios o hinchados de familiares y amigos carentes de interés político. Además, ¿dónde queda la soberanía de las menguantes bases si se les imponen cabezas de lista "mediáticas" ajenas al partido?

En tercer lugar, un nuevo síntoma -en mi opinión bastante saludable- es la rotura de las fidelidades electorales que los "fichajes estrella" van a potenciar. Del bipartidismo imperfecto hemos pasado en muy poco tiempo al tetrapartidismo (prescindo del nacionalismo en esta interpretación del hecho que estamos comentando) donde las fronteras ideológicas son cada vez más fluidas, con importantes trasvases de votos de unos partidos a otros. De ahí que estas "figuras" pueden contribuir poderosamente a superar las barreras ideológicas del voto. Las "agresiones electorales" para arrebatar votos a los adversarios van a ser el fenómeno más destacado de las campañas que se avecinan en el próximo año. Complementando el análisis, habría que destacar la importancia del carácter "mediático" de los fichajes -tan fundamental en las campañas políticas actuales- pues tienen ya casi todo hecho para darse a conocer ante el electorado, lo que siempre será una gran ventaja frente a la alternativa del marketing que necesitaría alguien desconocido. El aspecto negativo es el oscurecimiento de las propuestas electorales enmascaradas en el "glamour" de los candidatos.

Un cuarto factor poco visible en la realidad económica, pero no tanto en la política, es la creciente importancia de las alcaldías de las grandes ciudades. Entre otras razones porque, actualmente, la competencia internacional, en el contexto de globalización en que nos encontramos, no tiene lugar tanto entre estados cuanto entre grandes metrópolis. De ahí la gran visibilidad política y mediática que tienen los alcaldes de las grandes ciudades, sobre todo en las que podríamos calificar de "urbes mundiales" que, en el caso español, son solo Madrid y Barcelona.

Y una quinta y última cuestión es el síntoma evidente de una incipiente internacionalización de la política local en Europa. A la decisión de Valls, un franco/español nacido en Barcelona, se añaden otros ejemplos como el de la actual alcaldesa de París -Ana Hidalgo-, una franco/española nacida en Andalucía, o el del alcalde de Londres -Sadiq Khan-, hijo de inmigrantes pakistaníes, o el que Ahmed Aboutaleb, de doble nacionalidad marroquí y de los Países Bajos, lo sea de Rotterdam, etc. No obstante, lo verdaderamente novedoso que plantea el caso Valls es el trasvase de un político experimentado en un país a otro distinto habilitado por su doble nacionalidad.

Desde luego algo positivo puede deducirse de estos cambios además de la constatación del fenómeno de la multiculturalidad propia de las grandes urbes. Porque en el caso concreto de la "importación" de una figura política como Valls, más allá de la admiración que la política francesa, y europea en general, despierta entre la ciudadanía española, la práctica de la colaboración entre adversarios políticos -que tanto se echa de menos en España y a la que tan acostumbrados están allende los Pirineos-, podría ayudar a modernizar la política española y sacarla del estéril enfrentamiento que la anquilosa en perjuicio del interés general.