El Gobierno maneja un crecimiento del gasto primario que excede la subida del 0,6 por ciento recomendada por Bruselas. La Comisión Europea, lógicamente, ha advertido de ello para que no se produzcan desviaciones indeseadas y se apliquen medidas de ajuste correctoras para reducir el déficit. Pero ampliar los recortes no es la opción de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, así que sólo queda recaudar más por medio de nuevos impuestos que afectarán fundamentalmente a los sectores empresariales y financieros, y como consecuencia de ello a un número indeterminado de ciudadanos. De esta manera interpretan los dos socios presupuestarios la lucha contra la austeridad. Pero en la vida confluyen distintas oportunidades y esta vez lo hacen de manera supuestamente ventajosa para los intereses del Gobierno español. No digo de los españoles, pero sí del Gobierno. Como Italia, gracias a la irresponsabilidad de Di Maio y Salvini, se propone disparar aún más su déficit y de modo mucho más inquietante que España, la UE también puede verse obligada a tomar la decisión de pasar por alto los excesos de la cuarta economía del euro si tiene que castigar a la tercera por sus extralimitaciones e incumplimientos de los compromisos en materia de disciplina fiscal. Chocar frontalmente con Italia puede traer como resultado exonerar a España de sus aparentes irresponsabilidades. Va a resultar demasiado tortuosa la gestación de este Presupuesto bajo sospecha, incubado en un Gobierno extremadamente débil que sustentan unos socios dispares decididos a anteponer sus intereses sectarios y excluyentes a los del país. Si, gracias a la gentileza italiana, salva el trámite de Bruselas, no va a quedar al margen de la indiferencia la forma en que se están prefigurando sus extravagantes apoyos. Su mediador, Pablo Iglesias, prosiguió la ronda de contactos iniciada el viernes con Junqueras en la cárcel de Lledoners llamando por teléfono al prófugo Puigdemont. Él lo llama abrir espacios al diálogo político.