El niño del mono "colorao"

El día de los difuntos fui al cementerio a visitar los nichos de mis seres queridos. Mi padre, mi madre, mi hermana, mi prima hermana Sor Florido y ahí se acaba mi génesis de fallecidos en Málaga, ya que el resto de los míos que están muertos están enterrados en Barcelona y Bilbao: mi abuela, mis primos, mis tías y tíos y otros parientes no tan próximos. Mientras estaba en el cementerio recordaba cuando de niño con mi abuela Carmen La Melona, mi tía Isabelita y mi madre íbamos todos los hijos y nietos al cementerio de San Rafael El Batatá. Salíamos andando desde calle Zamorano (barrio de la Trinidad) con cubos vacíos, varias brochas y una bolsa de cal para blanquear las tumbas, donde estaban mis abuelos y mi tío Pepe, que murió con 18 años. Recuerdo, también, que mi tía Isabelita preparaba la comida para pasar allí todo el día arreglando y blanqueando las tumbas con cal, además de ponerles flores. También llevaba dos panes redondos grandes, una fiambrera tapada con magro con tomate y cuatro o cinco tortillas de patatas. Entre nietos, abuela y tías éramos más de una docena de bocas que alimentar. A los niños nos resultaba intrigante ver las tumbas excavadas en la tierra con la fotografía del fallecido, nombre y fecha de nacimiento. Pero, lo que más morbo nos daba era visitar el Patio de los Callados, que era donde estaban los difuntos que se habían suicidado o no habían recibido los santos sacramentos de la Iglesia. Curiosamente yo iba con mi primo con un bocadillo de tortilla viendo aquel lugar tan siniestro para nosotros. Recuerdo que con un mono rojo que tenía que me cubría de arriba a abajo; parecía un duende. Y mis botas de agua de goma negra para poderme meter en todos los charcos del mundo. Por la tarde, una vez comidos, mi abuela se había jartao de llorar recordando a su marido que había muerto en la cárcel y a su hijo Pepe, fallecido de tuberculosis; llegaba mi padre con la bicicleta subía a mi madre en el asiento trasero, que en aquel entonces la pobre pesaba más de 100 kilos, y el resto de vuelta para el barrio para escuchar en la radio la obra Zorrilla, Don Juan Tenorio. Eran otros tiempos. ¿Mejores? ¿Peores? Recuerdo con mucho cariño aquella época, porque por razones que nunca llegué a entender siempre que mi madre me llevaba al cementerio me ponía el mono colorao. Un recuerdo muy entrañable para todos aquellos seres queridos que ya fallecieron y que hicieron de mí lo que soy.

Bartolomé Florido. Torremolinos