Los jóvenes de Soria, Cuenca y Huesca son los que mejor conducen, frente a los de Las Palmas, Cádiz, Sevilla y Málaga que son los más imprudentes, ¿sólo al volante?

Esta es una de las conclusiones (la pregunta es mía) que arroja el «Informe sobre la juventud al volante: Por qué es necesario ser prudente», elaborado por la Asociación Empresarial del Seguro (Unespa). Vaya, parece que el calor acarajota, entontece y nos hace peores al volante. O es que el frío agudiza los sentidos. Precaución al volante. Siempre. Hay que moderar la velocidad, aunque en algunas ciudades está tan restringida que circulando por los centros más valdría ir montado en una tortuga. Las prisas no son buenas, más que nada porque como nos enseña la escuela de pesimistas, a veces los caminos conducen a la tristeza.

Decía Bukowski que los conductores son gente de pocos recursos e imaginación, dado que cuando se enfada uno con otro lo único que se le ocurre es enseñarle un dedo. Si Bukowski levantara la cabeza a lo mejor nos recriminaría que lo sacáramos en un artículo que pondera las virtudes de la prudencia, él que era más bien tendente al desenfreno. Prudencia que, ya nos tiene enseñado Gracián, es un arte.

También en bicicleta. Conducir es llevar algo, no sólo llevar un coche, los biciclistas a menudo invaden terrenos que les están vedados y, claro, ponen en peligro al peatón. O como decía el del chiste: «al peatón y a las personas mismas». No digamos ya la gente a la que le ha dado por subirse a esos patines a motor, que son un poco peligro. Las calles se están llenando de cosas. Sillas, mesas, patines, bicis. Ha sido vetar y vedar el uso del coche y que hayan proliferado las ruedas. La industria automovilística de algunos países anda (conduce) preocupada por el hecho de que el automóvil ya no sea como antaño un símbolo de estatus y un objeto ansiado por los jóvenes. Ahora es más cool el caminar, el ir en bici o el tener un coche, sí pero pequeño, funcional, ocasional, para el finde. A mí, si les sobran, no me importaría nada convertirme en hombre anuncio de una gran multinacional del motor. El precio a pagar por mí sería conducir un enorme Mercedes o Ford o Rolls, algo que haría gustoso. Pero despacio. Por la vida conviene conducirse sin saltarse las señales. O sea que si alguien te da la señal de invitarte a cenar es mejor aceptar, no vaya a ser que de lo contrario no cenes o te pierdas las delicias del restaurante. La cita siempre puede ser un fiasco, claro, pero eso es como si te metes en dirección prohibida por una pequeña calle: hay que ser hábil para dar la vuelta o echar marcha atrás.