Eran dos amigos. Hablaban de forma animada, quién sabe si del Málaga, de Rufián o de la campaña electoral. Junto al Vialia, apoyados junto al edificio de Correos, hasta que no de ellos le dio un golpecito amistoso al otro, iniciando la despedida, mientras que con la otra mano se deshacía de un minúsculo objeto con una técnica que denotaba soltura y habilidad. La misma habilidad que mostraba el joven de grandes cascos, mochila en ristre y apresurada carrera hacia la parada de autobús de la calle Córdoba. Casi perdió el bus. Casi. Corrió y llegó, con el beneplácito del conductor del 7, que antes de dejarle subir le invitó a deshacerse de ese pequeño objeto humeante. Mismo gesto, misma soltura. Un respingo con una estela hasta caer en el húmedo asfalto del Soho, el mismo suelo que recorre ella, la atareada oficinista de la calle Linaje. Se ha levantado antes de las seis de la mañana para dejar a los niños en el colegio e irse a trabajar... ¡y encima lloviendo! Necesita respirar, parar un segundo antes de empezar a trabajar. Se detiene junto al portal, respira hondo, calada a calada, hasta que la última le da el impulso suficiente para atravesar la puerta, camino de Oz, dejando atrás, también, otro ladrillito amarillo. Esos ladrillos invisibles, imperceptibles si uno no se fija y que en días tontos en los que va uno mirándose más la punta del zapato que la de la nariz, descubrí. Desde la calle Callejones del Perchel hasta la puerta de la estación de tren María Zambrano. Apenas 500 metros de distancia. 123 ladrillos, uno detrás de otro. Demasiado asombrado por este descubrimiento, semanas más tarde, volví a cubrir este mismo recorrido. Exactamente el mismo. 171 baldosas esta vez me guiaron hacia el mismo punto, en un camino que siguen tanto el primero de los amigos de este relato, como el joven de los grandes auriculares y la abnegada oficinista y madre de dos niños, y como tantos y tantos habitantes de lo que creía Málaga, pero en realidad era Oz, y que poco a poco van alicatando ese sendero hacia la Ciudad Esmeralda, donde en vez de esperar el misterioso mago aguarda la consulta del neumólogo.

123 ladrillos en medio kilómetro. 171 colillas en 500 metros. Miren al suelo, descubran el camino de baldosas amarillas. No me digan que no dan ganas de darse la vuelta.