El presidente francés, Emmanuel Macron, en el que tantas esperanzas depositamos muchos de los que profesamos el pensamiento liberal conservador, parece que en los últimos tiempos, estuviera afectado por algún tipo de virus, que le lleva a decir cosas, que parecen formuladas adrede para levantar polémica, o que no han sido muy pensadas, ni reflexionadas antes de su formulación. Parecen ocurrencias momentáneas, con un cierto tufo a pretendidas genialidades que, en un ejercicio exagerado del cartesianismo francés, pretenden arreglar el mundo, o eso cree él.

La última genialidad que se le ha ocurrido consiste en la iniciativa de devolver a los países africanos miles de objetos de Arte, expoliados, saqueados, robados, o simplemente trasladados a Francia con mas, o menos violencia. Esto, que en principio, podría parecer un acto de justicia, o una aplicación a nivel internacional del principio del Derecho Romano suum cuique tribuere (a cada cual lo suyo), si uno lo piensa despacio, llega a la conclusión de que puede convertirse en un verdadero disparate, que abra la caja de Pandora de miles de reclamaciones interestatales, Europa incluida, que presuntamente van a traer la reparación de unos terribles daños y la rectificación de la Historia. Cosa esta última imposible de llevar a cabo.

La primera cuestión que se plantea en el caso africano es a quién se van a devolver esas piezas. La inmensa mayoría de los países que actualmente componen África no existían previamente al colonialismo, al final del cual, las fronteras fueron trazadas a cordel por las potencias coloniales. De ahí la existencia de múltiples divisiones territoriales, que son una línea recta, acordadas en Londres, Bruselas, París, o Berlín. Dichas fronteras dividieron tribus y grupos étnicos, haciéndoles incorporarse a Estados de nueva creación, en los que eran obligados a convivir con otros grupos étnicos, enemigos entre sí a lo largo de siglos. Añádase a ello la carencia del sentido de Estado en las tribus africanas, que era la forma de vida en común que ellos mismos se habían dado, y se tendrá una rápida e imperfecta descripción, por lo sucinta, del porqué de las constantes guerras africanas y de la imposibilidad de desarrollo de esos países, que obligan a sus habitantes a cruzar el mar en busca de la vida, sin saber que solo les espera la muerte en la mayoría de los casos.

Ya el simple hecho de que del informe encargado por Macron al respecto, se eliminen Argelia, por razones casi familiares y Egipto, por las razones que cualquiera puede suponer, da una idea de la hipocresía que late bajo esta pretendida medida de justicia. Y si me apuran mucho, del racismo. Aunque el arte africano inspirara, no solamente a Picasso en Las Señoritas de Aviñón, sino a multitud de artistas europeos desde principios del siglo XIX, el canon de belleza de esos pueblos está tan alejado del que impera en Europa desde los griegos, que, al tomarse esta medida solo respecto de África, a mí, al menos, me hace pensar en un funcionario del Quay dÓrsay con la nariz elevada tan típicamente francesa, despreciando el arte de pueblos cuasi prehistóricos. Y la prueba está en que en el año 2016, a una reclamación del gobierno de la Republica de Benín, pidiendo la devolución de los excepcionales, misteriosos y bellísimos bronces de ese país, el Gobierno de Francia respondió que «los bienes del patrimonio nacional eran inalienables».

En segundo lugar habría que preguntar al señor Macron, si esa medida tendrá en el futuro continuidad con los bienes expoliados a otros países, cuyos cánones de belleza, no es que sean similares a los que conforman el arte francés, sino que es que lo informan, lo conforman y constituyen la base del mismo. Es decir, va a devolver Francia en un futuro la Venus de Milo, o la Victoria de Samotracia a Grecia? Y qué va a ocurrir con el inmenso patrimonio español, robado por Napoleón, constituyente de la Galería de Louis Philippe, el rey burgués, y posteriormente vendido por toda Europa, a raíz del descubrimiento de la Escuela Española hasta ese momento desconocida? Porque lo lógico y natural sería que, si Francia abre el proceso, el resto de países, que en algún momento de su Historia se hayan sentido expoliados, es decir, prácticamente todos, procedieran a plantear centenares de reclamaciones que, caso de prosperar, llevarían al desmantelamiento de la estructura del Arte mundial tal como está conformada. Y lo que vale para Francia, debería servir también para Inglaterra, o Alemania.

Ítem más. Quién controlaría las decenas de miles de piezas de arte africano que dice Macron ser de justicia devolver ¿El dictador de turno? Tienen esos estados estructuras museísticas adecuadas para custodiar ese tesoro? Estoy tocando temas muy espinosos, lo sé. Pero creo que hay que hacerlo. Aborrezco el colonialismo y el racismo y el supremacismo. Pero también la demagogia y el populismo. Los mármoles de Elgin en el Británico habrían sobrevivido en Grecia? O los habrían destruido los turcos, como la voladura del Partenón, o se los hubieran llevado los nazis a Berlín y destruidos cuando el hundimiento del Reich, como ocurrió con la Cámara de Ámbar? Nos hemos olvidado ya de la destrucción de los Budas de Bamiyan recientemente, o Palmira, o Alepo, o del Museo de Bagdad? Sé que cualquiera puede responderme que en Europa se destruyeron miles de obras de arte durante las dos guerras mundiales, dos de las contribuciones europeas más funestas a la Historia de la Humanidad, junto con el nazismo, el fascismo y el comunismo. Pero en la actualidad, parece ser el lugar del planeta más adecuado, a pesar de la biblioteca de Sarajevo, para guardar y exponer los tesoros que ha creado el ser humano.

Lo que pretendo decir es que el Arte es quizás lo más excelso, lo más alto, lo más sagrado que existe. Lo que nos hace personas. Lo que nos distingue y diferencia de los animales. Lo que llena nuestras vidas, aun sin saberlo. La persona más inculta que podamos imaginar, consuela sus penas oyendo música y con música glorifica a su dios, o alegra sus días y sus fiestas. Eso es Arte. Eso es Vida. Y no puede estar al albur de la última estupidez pretendidamente justiciera de ningún político de turno, por muy francés que sea.

El Arte es universal. El Arte es del Hombre, de la Humanidad. Pero es extraordinariamente frágil. Dejen al Arte reposar tranquilo en el lugar en que se encuentre. Y no cometan la insensatez de moverlo (algún día nos daremos cuenta del inmenso peligro que encierra esta moda, por otro lado maravillosa, de los préstamos para las exposiciones antológicas).

África ni necesita, ni tiene medios para mantener museos con una mínima seguridad. Todos sabemos lo que necesita ese desgraciado continente. No añadan la leña del desprecio a la hoguera de su infinita amargura.