Ayer la calle Larios malagueña se fue al cielo, led mediante. Ya es Navidad en la jornada de reflexión, por tanto. Las urnas, en cambio, alumbrarán mañana. O no, para quienes quieren seguir con lo mismo si ven sus esperanzas frustradas con un cambio; o tampoco, para quienes quieren el cambio si sólo obtienen frustración una vez más, como han pronosticado las encuestas. Nunca alumbra a gusto de todos. Peo hay que seguir creyendo en la Navidad...

Todas las manos

Hay que creer. Sólo quienes han ayudado a alguien o se han sentido ayudados, en esa cadena de favores que produce beneficios indiscutibles, saben que merece la pena creer en algo, la mejor vacuna contra el cinismo promocionado y la adormidera del particularismo derramada en el ambiente. Con el Loreto, ese otro pesquero que ha rescatado a criaturas que sólo muertas prefieren volver a Libia («puerto seguro» según el cambiante gobierno español) y al que ningún gobierno quiere ahora rescatar, por ejemplo, se pretende sembrar las bondades del mirar para otro lado mientras los demás se ahogan. Para qué complicarse la vida por unos desgraciados a quienes se culpabiliza de pretender serlo menos. Quizá, entre otras cosas, para no convertirnos en cómplices de esas muertes y no tener que mirar a nuestros hijos con cara de cómplices que pretenden hacerles cargar con el peso de que, además, lo somos por ellos. ¿Quién nos ayudará a nosotros?, ¿quién será nuestro amigo si caemos en desgracia y estorbamos su civilizada comodidad relativa? Qué mundo moralmente postapocalíptico terminaríamos por construir.

En la carretera

En novelas como La carretera, de Cormac McCarthy, hay supervivientes que cazan y mantienen vivos a sus congéneres para ir comiéndoselos poco a poco. Pero hay otros que no. Los que lo hacen y los que no, tienen la misma necesidad para seguir vivos en un mundo de penumbra que les ha convertido en ratas. Pero no todos acabarán devorándose a sí mismos. Aunque les vaya la vida en ello. Dejando a un lado ese terror distópico, volviendo a nuestros días y a nuestra sociedad en proceso de licuefacción de valores, me gustó mucho esta frase que firmaba ayer en La Opinión la admirable deportista malagueña Alba López: «Estamos encontrándonos jóvenes tan protegidos y consiguiendo las cosas de una manera tan fácil que a las molestias las llaman sufrimiento y a las dificultades, problemas». Por eso, en parte, mañana sería bueno que fuéramos a votar quienes ya hemos cumplido 18 años, aunque haya sido ayer o haga de eso muchas elecciones ya. Y aunque en España no sea obligatorio. Porque en las elecciones no nos debería parecer tanto que quienes se la juegan son los políticos, sino nosotros, nuestros hijos, nuestro mundo.

Horario menguante

Respecto a la novela de McCarthy o cualquier otro libro que nos ayude a empatizar con lo que les ocurre a otros, una noticia que parece pequeña nos ha iluminado como el alumbrado de Navidad a quienes surcamos los océanos del negro sobre blanco. Contaba ayer el necesario Alfonso Vázquez en el periódico que vecinos del malagueño barrio de Pedregalejo exigen que se amplíe el menguante horario de la biblioteca municipal Bernabé Fernández Canivell (a propósito, un gran personaje, poeta, bibliófilo, editor inolvidable en Málaga del que tanto anecdotario me contaba Rafael Pérez Estrada). Hay esperanza, por tanto. Siempre la hay. Primero uno se apoya en ella para salir adelante cuando pintan bastos o espadas. Luego uno la alimenta en los demás para que no se pierdan. Como la cadena de los Reyes Magos. Primero soñamos con ellos. Luego, cuando hemos aprendido que no hay más magia que la que seamos capaces de crear, alimentamos en nuestros hijos ese sueño. Y así...

We are the champions

Y ya que hoy no debemos opinar de política, precisamente hoy convendría reflexionar sobre el SIDA. En los cines sigue estando la película que nos recuerda la vida de Fredy Mercury, el carismático cantante del grupo británico Queen. El protagonista de Bohemian Rhapsody, Rami Malek, asume un reto enorme frente al espectador que sigue teniendo a Mercury en la retina. No se parece demasiado, en realidad, aunque haya trabajado un personaje por composición de manera meritoria. Recuerda a Mercury en sus movimientos sobre el escenario, su provocador vestuario. Pero en los planos cortos, su característico rostro, que en un principio resulta chocante, termina por trasladar la emoción profunda de quien no es como los demás. Para bien de sus fans y para mal de quienes conviven con su talento, sobre todo para él mismo.

1 de diciembre

La tremenda injusticia de que una enfermedad desconocida -que en los 80 fue letal y hoy crónica- se cebara en la transmisión sexual, ayudó a la estigmatización moral de quienes, como Mercury, la cogieron cuando buscaban en el placer la vacuna contra su insoportable soledad. Y esa enfermedad social, la de estigmatizar al otro, también deberíamos curarla... Porque hoy es Sábado.