El Willy Fog del postureo, Pedro Sánchez, ha decidido imitar a la Casa Real y esturrear sus celebraciones por la piel de toro. El Rey Emérito ya casó al heredero en Madrid, a la lista en Barcelona, y a la más borbona en Sevilla. Así, casi todos tan contentos. Algo parecido hace ahora el Gobierno, que esta semana se salta Madrid y pasa de Híspalis a Las Ramblas, pero sin herederos ni listos entre sus filas. Algún celoso se preguntará que para cuándo otro Consejo entre txakolís, frente al monte Igueldo. Pero no sean ansiosos. La siempre espectacular ciudad de San Sebastián será parada obligatoria antes de reunirse en Waterloo. Todo llegará.

Se va a liar parda. El viernes se celebra Consejo de Ministros en la capital catalana y el separatismo se debate estos días previos entre hacerse el muerto para convencer al Tribunal Supremo de que su movimiento es pacífico, o, al contrario, quitarle el bozal y la correa a los CDR y a los GAAR para sembrar el caos como Bane en Gotham. Se aceptan apuestas.

Por el sí o por el no, Grande-Marlaska ha dispuesto un operativo de miles de policías y guardias civiles para suplir a los Mossos que miren para otro lado, curiosamente siempre al mismo lado, y asegurar así la foto de familia gubernamental posando obedientes en la plaza de Sant Jaume. Como un castizo River-Boca pero en versión indepe y con pan tumaca. Lo que haga falta con tal de que la sesuda voz de la vicepresidenta ultrafeminista se alce alta y clara entre los insultos y el crujir de los contenedores on fire. Mientras Sánchez pide diálogo, Torra se esconde en la Abadía de Montserrat para ponerse hasta las trancas de butifarra, y los lacayos de ambos bandos se envían cartitas calentando el ambiente para delimitar el cariz del posible encuentro entre sus líderes.

Los de Sánchez intentan reanimar el espíritu de la moción de censura, pero en plan fugaz, testimonial, como quien se hace un selfie con una de las Campos y luego, como es lógico, se avergüenza de compartir la foto. Y los de Puigdemont, que exigen ostentosa y pública bitelaridad institucional para mostrarse ante el mundo de igual a igual.

Al tiempo que ministros y golpistas juegan al cliente que agarra de los huevos al dentista y se compelen a no hacerse daño, la calle, que en Cataluña no es de todos, espera ansiosa el desenlace de la presumible guerra de guerrillas. Gabriel Rufián ha abierto la boca, considera la visita una provocación, y en los chinos de la Ciudad Condal se han agotado los pasamontañas, las antorchas y demás parafernalia revolucionaria.

Por si faltaba algún invitado al sainete del enredo, Zapatero ha concedido una entrevista en la que afirma que los violentos no son golpistas y que es imperativo dialogar con aquellos que agreden, insultan, queman páginas de la Constitución Española y convocan a la luctuosa vía eslovena. Zapatero, eternamente dañino y bobalicón incurable, por fin logra méritos y alcanza su sueño de la niñez, algo que llevaba toda la vida suplicando: entrar henchido de orgullo y con pleno derecho en la Real Academia de Tarados. De hecho cuentan que le han asignado el asiento z minúscula, junto a Ramiro, el excuñado de Luis Lara, aunque ya le han advertido que si concede otra entrevista de ese calado intelectual le echarían por abusón. Que aproveche la experiencia mientras dure, pues le aventuro, visto lo visto, que será efímera.

El viernes se mezclarán en Barcelona los villancicos con los gritos secesionistas, el Grinch con Ada Colau, los belenes vivientes con las sentadas, y la iluminación navideña con los pirulos de los antidisturbios. Lo que será imposible confundir es al anormal de Caifás que, 21 siglos después, sigue empeñado en liderar conspiraciones y persecuciones. Pero no se preocupen, el saduceo pronto rendirá cuentas ante el Tribunal Supremo, porque Pilatos anda ocupado volando en Falcon.

Lo importante es que, pase lo que pase, no nazca ningún otro mártir.