Cuanto más recomiendan algo, menos ganas le tengo. Es una tara como otra cualquiera, una alergia momentánea a la inercia, la moda, la tendencia, el hype o lo que sea. Resisto frente a la marea aunque sé que al final es inútil. Me ocurrió con el teléfono móvil, las camisas de cuadros, votar en elecciones o el retorno de Operación Triunfo. Eso no era lo mío, hasta que fue. Primero paso del tema hasta que de repente te rindes, sin motivo especial ni estrategia alguna, y mira, llegas tarde pero llegas.

Ahora me ha pasado con Six Dreams. En verano hablabais todos de Six Dreams. Era la hostia Six Dreams. Había que ver Six Dreams. La humanidad tenía sentido porque habían filmado Six Dreams. A mí me daba muchísima pereza Six Dreams. Ya había olvidado que existía Six Dreams. No sería para tanto Six Dreams. Ahora veis Forjado a fuego y nadie se acuerda de Six Dreams. Anoche de una tacada me vi las seis horas de Six Dreams.

Mi escena favorita es un desayuno. Conversan los futbolistas del Athletic. Un equipo de Segunda B los había eliminado de la Copa la noche anterior, con un gol en el último segundo del último minuto del tiempo añadido. Las caras son de funeral. El tono es quebradizo y transparente. Suspiros, silencios y amagos de lagrimilla. Todo mal. El mundo se acaba hasta que habla Enric Saborit. «Ayer me escribe después del partido mi madre un WhatsApp y me pone: Joer qué pena o algo así, pero aféitate ya».

La madre de Saborit, la presidenta del Eibar y Andrés Guardado son lo mejor de Six Dreams. Al veterano Guardado le duele todo y está más fuera que dentro. A través de ese dolor moldea una sabiduría doble. Primero en el campo, por la forma que conoce los mecanismos y los secretos del juego, y sus limitaciones. Después fuera del campo, con la construcción serena de un legado. Guardado sabe que el fútbol se le acaba y lo asume como la pequeña muerte que es, como un peaje inevitable. Sin dramas. La vida [el fútbol] ya le ha dado lo que le tenía que haber dado.

No es fácil encajar los tiempos como Guardado. Mis cenas de empresa casi siempre acaban igual: con Mestre y yo cerrando bares, que más de una década así llevamos. Nos falla el relevo generacional y no nos damos cuenta de que ya estamos como Guardado. La otra noche sonó Danza Kuduro y un chaval gritó: ¡Un clásico! Me cago en mi puta vida, un clásico. Somos muy viejos. Viejísimos somos y estamos.

A veces el cuerpo te dice una cosa y la mente va por otro lado. He estado a punto de gastarme 200 euros en algo que no necesitaba, al final no lo he comprado y llevo unos días pensando que he ganado 200 euros. La mente humana es maravillosa. En verano mi equipo iba a estar arriba, en verano todo eran recomendaciones para ver Six Dreams y promesas de éxito garantizado. Ahora ganamos al último, ahora rezamos para no bajar y cosas así, y a muerte lo celebramos.