Recuerdo nítidamente la Nochevieja del 92 que pasé en casa castigado. Tenía yo unos insultantes y envidiables 15 años. Un mes antes mis padres se fueron de boda a Madrid y me dejaron solo todo el fin de semana, así que aproveché para desmadrarme con los colegas. Qué esperaban. Casi me empujaron al desastre, me lo pusieron a huevo. Yo, suelto por Granada y sin padres, era como un mono con dos pistolas. La hecatombe estaba asegurada, sólo era cuestión de tiempo.

La noche me la salto, que luego todo se sabe y no sé si hay cosas que han prescrito todavía. La cuestión es que acabé a las tantas de la noche, de copiloto en la moto de un amigo, haciendo el tonto por toda la ciudad hasta que se me ocurrió la brillante idea de apoyar los pies en el estribo de su Yamaha Jog, incorporarme y hacerle un calvo a un coche cualquiera, al azar. Ese coche empezó a perseguirnos, pitando y echándonos las largas sin parar, con la mala suerte de que, como supe después, de entre todos los coches del mundo mundial, aquél resultó ser el coche de mi tío. Levantarse por la mañana, chivárselo a mis padres y estar castigado sin pisar la calle hasta la segunda venida de Cristo fue todo uno.

Pues no se lo creerán, pero recuerdo aquella Nochevieja como una de las mejores de mi vida. Mis hermanos se fueron de fiesta justo al terminar la cena y yo me quedé con mis padres y mis abuelos viendo el especial de TVE1. Me parece que fue ayer. Julio Iglesias, Juan Tamariz, Martes y Trece, Rocío Durcal, Andrés Pajares, Miguel Bosé, Tennessee, Toreros Muertos, Manolo Tena, Raúl Sender, Luis Eduardo Aute y un sinfín de impagables artistas que iban llenado el escenario mientras la noche se trufaba de brindis y conversaciones, de risas y complicidades, y yo allí en medio, disfrutando como nunca, rodeado de cuatro adultos que compartían anécdotas y recuerdos, que se repartían muestras de cariño y respeto. Se me olvidó por completo el cotillón en el que estarían mis amigos, las copas que tomarían y toda la parafernalia juvenil de ligoteo que se esperaba de aquella, por entonces, ansiada gran noche.

Ya han pasado unos cuantos años de aquello y anteanoche estuve viendo un rato por curiosidad los especiales de Nochevieja. Cada canal a lo suyo, anteponiendo el autobombo a la calidad: Triunfitos con acento de Miami, ganadores de La Voz por doquier, cantantes y más cantantes con el don de la ubicuidad, pelagatos sin gracia, niñas de diseño, artistas enfocados a un público que, como comprobé en mi vuelta a casa, lejos de estar frente al televisor, abarrotaban las puertas de las discotecas con las uvas aún en el esófago. En resumen, mucho playback y nada de magia.

Al día siguiente el concierto de Año Nuevo me reconcilió con la humanidad y con mis recuerdos de aquella Nochevieja del 92. Mis abuelos ya no están y mi tío me sigue mirando raro, pero ahora paso la última noche del año con una esposa que me mantiene locamente enamorado, sobrinos ruidosos y juguetones, anécdotas recientes, recetas que evolucionan, deseos que varían con el paso de los años, liturgias que se amoldan a los nuevos tiempos, y flamantes ocasiones por estrenar para respetar tradiciones y que cada nueva familia vaya creando las suyas propias. Eso es lo único bueno.

Cierro los ojos y escucho a mis abuelos riendo, a mis padres ofreciéndome un sorbito de champán. Alguien me manda un whatsapp para decirme que el vestido súper moderno y súper feminista de la Pedroche es un plagio de uno de Yves Saint Laurent que lució Laetitia Casta hace 20 años.

Vuelvo a cerrar a los ojos y juro para mis adentros que cada Noviembre volvería a montarme en aquella moto. Una y mil veces.